Alcanzar una política internacional de forma integral, congruente con el planteamiento del gobierno del Estado; y efectiva para hacer respetar su independencia o soberanía ante otros Estados, es el óptimo de cualquier Cancillería y en realidad de cualquier guatemalteco.
Durante los últimos años, se pueden apreciar políticas internacionales variables en países en donde este tipo de políticas son muy tradicionales, como es el caso de Estados Unidos. A raíz de la salida del gobierno de la señora Clinton, Estados Unidos ha intentado nivelar su presencia en otros hemisferios en donde había dejado a un lado su participación o intervención, especialmente en el área asiática y de América latina, en donde existen espacios hemisféricos, estratégicamente necesarios de considerar.
Pero en las evaluaciones de geopolítica o inclusive más sencillas áreas académicas de las relaciones internacionales, analizar los comportamientos de política internacional es difícil para el caso de Guatemala. No es conocida por su fuerte intervención en la materia, lo que significa que regularmente deja que otros contextos internacionales dominen su agenda. No necesariamente se pliega a intereses, pero discretamente y sin mayor alarde, juega el rol que sus aliados políticos, pero sobre todo económicos, le piden. Las negociaciones para un país tan pequeño no llevan mucho tiempo ni tienen tampoco grandes alcances. Si son, en alguna manera, vulnerables para adentro del país, por las repercusiones que tener una política pública internacional contraria a esa agenda compartida, haría en materia de apoyos como la lucha contra el narcotráfico, o las donaciones para el fortalecimiento del Estado.
Así entonces, la política internacional guatemalteca no desarrolla precisamente un manifiesto claro sobre “su” posición de soporte mundial. Ni siquiera en Centro América se ha logrado un posicionamiento claro. Tiene su ideología económica definida, principalmente por las circunstancias de subdesarrollo existente, la que lo obliga a contar con aliados fuertes que le oxigenen de vez en cuando, como la Unión Europea y Estados Unidos. Ambos, con quienes ya firmó tratados de libre comercio, y con ello se sellan también acuerdos políticos de amarre. Si el país sigue una ruta no permitida por las grandes potencias económicas, el flujo de comercio internacional también se detiene. Este no es solo el caso de Guatemala. Otros países sufren de la misma circunstancia, algo que estratégicamente han logrado los referentes mundiales de dominio.
Pero en otras incidencias, quizá no tan alarmantes como censurar actos internacionales o bien realizar actos de negociación económica con otras potencias, como China continental -lo que desafiaría esa posición cómoda con otros aliados-, existen mecanismos que podrían definir la política internacional del país, de una forma independiente. Lamentablemente, mucho de los esfuerzos no se realizan desde la Cancillería, sino responde más a agendas de temas puntuales como derechos humanos, propiedad intelectual o exportación de bienes y servicios.
El país tiene claro que una política internacional distinta a los intereses de los principales aliados, haría colapsar diferentes instancias de diálogo y apoyo, económico y político, por lo romper esa barrera, como con el tema de la legalización de la droga, causa también estupor, pero no precisamente consiste en una política pública externa. Y desarrollarla en contra de manifestaciones públicas de otros países, es casi imposible.
Madurez, consolidación e iniciativa hacia adentro del país es requerida, para que los efectos de estos elementos, se reflejen en una política internacional más directa, formal y definida (originaria inclusive) y con ello contribuya a la forma en que Guatemala es vista por otros países alrededor del mundo.