Polí­tica de agua


Los escenarios donde se dirime el poder público en este paí­s son testigos inanimados que sus principales actores hacen polí­tica de manera antipolí­tica, en una contradicción que hace de este ejercicio un mero show que transita de lo campechano a lo perverso, pasando por lo precario. La regulación y la mediación de los intereses públicos no se logran en un contexto de débil institucionalidad, porque la formalidad de las reglas es relativa y la percepción social de las mismas es de inefectividad total.

Julio Donis

En el origen de la conformación del Estado guatemalteco y su andamiaje polí­tico, hay un error de diseño institucional que fue intencional, mismo que embargó el desarrollo de este paí­s y entre otras cosas, también los rasgos de la polí­tica. Para decirlo breve, las élites de poder con base en las redes familiares concentradoras de capital, permitieron el nacimiento cautivo de un estado oligárquico, que echó a andar su gestión sobre una lógica de relaciones clientelares y a la luz de un sistema jurí­dico, que se fue convirtiendo en un imperio de la ley, al que se alude sólo cuando se rompe el equilibrio entre Estado y sociedad civil, o cuando los intereses de clase se ven amenazados.

En este orden de ideas, la conformación de la gestión polí­tica y todo lo demás para no entrar en detalle, se ha ido moldeando sobre la noción de una mentira polí­tica; la quimera de la ideologí­a liberal y la democracia como paso modernizante que nos harí­a trascender de la época colonial. La mentira se dijo tantas veces y con tal persuasión que se registró en la Constitución para asegurarla. Hoy la mentira se expresa por ejemplo, en la actuación de los agentes libertarios, quienes alardean los valores liberales, sobre prácticas polí­ticas oligárquicas, con disfraz neo. La mentira también necesita ajustes para profundizarla y asegurar que sea natural, de eso está encargado Pro Reforma.

La mentira polí­tica es también contradicción de lo formal. En este paí­s de abogados, todos hacen como que obedecen la ley, pero en la práctica se trata que sean otros que las cumplan porque el que sigue las reglas está en desventaja constante; el acuerdo polí­tico sucede en una dimensión paralela.

Todas estas ideas me sirven como lente angular para visualizar la práctica polí­tica de los actores fundamentales que intermedian, representan y agregan los intereses sociales, sean partidos, diputados, jueces, funcionarios públicos, etc. Los hay engañados y los hay convencidos de la mentira, pero todos forman las filas de un sistema polí­tico que ha institucionalizado la incertidumbre, el acuerdo polí­tico informal, y el conflicto.

Esto significa en términos graves que la práctica polí­tica se vale sistemáticamente, dí­a a dí­a, de la correlación de fuerzas, de la promesa de votos a cambio de otros votos, de la lógica clientelar, y no de la mediación institucional. Privan y subyacen a dicha práctica profundos intereses particulares y corporativos, lo cual hace del ejercicio polí­tico una batalla que se pelea centí­metro a centí­metro, para lo cual se utilizan todas las armas posibles a cualquier costo, insultos, vasos de agua, empujones, amenazas, burlas, gritadas, arañones, convirtiendo esta práctica en una polí­tica de agua que se diluye y escapa en la circunstancia, en el instante efí­mero del acuerdo especí­fico que jamás será de nación.

Sin embargo así­ como el estado es esencialmente interrelación social, la polí­tica por lo tanto también nos implica a todos. Lo polí­tica no sucede aislada, refleja lo bueno y lo malo de las profundidades de esta sociedad.