Cuando empezó la campaña política el debate se centró, como siempre, en las personalidades de los candidatos a la Presidencia de la República y la gente que les rodeaba. Nuevamente se daba la sensación de que el futuro del país dependía de la decisión que tomáramos los ciudadanos el día de las elecciones y cuando uno leía y repasaba los argumentos tenía que terminar convencido de que para la opinión pública el problema de Guatemala era básicamente la calidad de los gobernantes.
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Desde el principio cuestioné ese punto de vista y sostuve que el problema de Guatemala no era quién resultara electo, sino la existencia de un sistema perverso en el que llegara quien llegara, iba a hacer exactamente lo mismo que han hecho todos los que han logrado ganar una elección, es decir, poner al país al servicio de sus financistas, de los poderes fácticos que saben perfectamente cómo utilizar las debilidades de nuestra clase política para garantizarse sus privilegios y beneficios. Para extender la práctica de la corrupción porque en Guatemala todo negocio público está amañado y nadie hace dinero sin ser parte del juego. Y cuando digo nadie estoy seguro de afirmar una verdad porque cualquier trinquete que se traduce en sobrevaloración de obras o de bienes, forma parte de un sistema establecido en el que con cada gobierno cambian los actores y beneficiarios principales, pero no las reglas de juego.
He dicho que el modelo político del país está agotado y que se encuentra en condición terminal porque no tiene visos de solución debido a que cualquier cambio tiene que pasar, por mandato constitucional, por nuestro Congreso de la República que es la máxima representación nacional, pero representación de la perversión del modelo, porque allí se produce esa compraventa de votos que acaba de descubrir nuestro pobre Presidente cuando dijo que el Congreso es un mercado. Por supuesto que allí nunca se aprobará una reforma que signifique terminar con el privilegio de los diputados para sacar raja de sus votos a cambio de comisiones en las obras o contrataciones del Estado.
Ahora hablan de las alianzas público privadas como la solución a los trinquetes de las ONG, pero no dicen que las empresas reconocidas han sido parte del juego de los negocios. ¿Cree usted que fue casualidad que una de las principales y más reconocidas constructoras pusiera a su representante legal de viceministro en este gobierno para que se encargara de agilizar los pagos? Aquí no hay que andar engañando a nadie con vestiditos de primera comunión. En eso de las alianzas público privadas se armó un consejo en el que literalmente se puso a Drácula a cuidar el banco de sangre y se quieren amarrar los chuchos con longanizas, pero eso sí con la diferencia de que no serán constructores chorreados los que se lleven el dinero del Estado en obras maltrechas, sino que lo harán las empresas de postín que nunca le han tenido asco a los arreglos bajo la mesa.
Hoy, al finalizar la campaña, veo sin embargo que hay mucha más conciencia de que el problema es el sistema y que urge plantear su modificación. Veo que, como nunca, se habla de que el modelo está agotado y que la elección no resolverá el problema porque se admite que, llegue quien llegue, el sistema lo terminará copando y triturando, como le ha pasado a todos los que recibieron algún día la banda presidencial. Todos ellos quisieron trascender, quisieron en su fuero interno pasar a la historia por ejercer un poder que permitiera a Guatemala dar un salto hacia el desarrollo. Pero se quedaron en simples agentes de negocios porque ese es el papel que les asigna un sistema que ha fallado y que algún día tendremos que cambiar.