Pocas cosas van quedando


Ren-Arturo-Villegas-Lara

Para uno que nació y vivió su niñez en el área rural, no le deberían causar nostalgia los cambios que se han dado en la ciudad de Guatemala. Pero, como fue obligado venirse al “pueblón” para seguir los estudios secundarios, en 1953 empezó nuestra vivencia de una ciudad distinta. Empecemos por el tren. Como la vieja Escuela Normal Central estaba en Pamplona, era parte de la musicalidad de las noches escuchar el pito fantasmagórico del tren cuando iba o venía de la Costa Sur, incluyendo el que había arrancado desde Ayutla.

René Arturo Villegas Lara


A la par del pito, como decía el corrido mexicano, el chacachá del tren nos ayudaba a dormir. Después, como consecuencia del desgobierno permanente que sufre nuestro país, el tren desapareció y con él los durmientes, los rieles, los maquinistas y hasta el “hollín” que aventaban las locomotoras quemando leña y carbón. Las generaciones actuales, que nunca van tener la oportunidad de escuchar el “ulular” del tren, pensarían que es el grito de la llorona o de un coyote que se salió de La Aurora. Y no sólo se murió el tren, sino que hasta una gran cantidad de dólares tenemos que pagar por un negocio sucio del permanente desgobierno. Otro medio de transporte urbano que desapareció, es la empresa Fénix. Eran unos buses pintados de verde intenso que tenía la gracia de circunvalar toda la chata ciudad de ese entonces, de manera que desde la zona 14 uno se podía ir hasta el Sauce y regresar a los arcos por simples cinco centavos. Para los internos de la Escuela Normal era un modo de pasear a bajísimo costo. En el Cantón Barrios, cerca de una iglesia protestante, funcionaba una lechería de estilo rural, solo que las vacas, en lugar de pastar en potreros de aire libre, estaban estabuladas comiendo zacate seco. Sólo atrás del Cerro del Carmen, había unos potreros pequeños y las vacas podían gozar de un ambiente campirano después que las habían ordeñado. ¿Y la sexta avenida? Era un paseo barato que hasta originó el verbo “sextear”. Es cierto que se ha hecho un esfuerzo por regresar el tiempo; pero, eso es imposible: ya no está La Paquetería, el Almacén El Cairo, La Perla, los Regalos Liz, Max Tott, el Fu Lu Sho, la Radio Nuevo Mundo y su marimbita de Guatemala Flash, el Canche Serra y sus fotografías de casamientos, la Casa Música, el Favorito, los cines Lux, Palace, Capitol, Roxi, París, que hoy se quedaría pálido ante la desbordante y descarada pornografía. De los cines nombrados, algunos están allí, pero sólo de nombre. Sin embargo, hay algunas cosas que todavía van quedando: hace unos días tuve que ir al local donde por muchos años funcionó mi bufete de abogado, actualmente de baja, y aun cuando los trabajadores del bronce limpiaron de placas todos los alrededores, incluyendo la que conmemoraba la conspiración de Belén, en 1812, todavía pude dar con la dirección. Y mi sorpresa fue ver venir por toda la 13 calle de la zona 1, rumbo a la sexta avenida, un nutrido patacho de cabras con sus tetas cargadas de leche, que al ruido de un lazo entorchado que porta el cabrero, caminaban o se detenían para ser ordeñadas. Esas cabras residen en los barrancos de la zona 5 o de otras latitudes, y es de las pocas cosas que van quedando de antaño; y como curiosidad, casi sólo se les puede ver en la zona uno. ¿Y los voceadores de periódicos? En la mañana anunciaban “Elllllll Imparciaaaaal” y en la tarde “Laaa Hoooora de hoy la hora” y había que agregar: “con el editorial de Clemente”. Los vendedores de periódicos de ahora no gritan, no tienen voz. En fin, pocas cosas van quedando: los Nacimientos en los hogares cristianos, que es todo un acontecimiento, aunque ya no se roban al Niño. Las fiestas cantonales se niegan a morir y  mi amigo Celso Lara Figueroa haría un gran servicio cultural si realizara un estudio sobre las ferias del Gallito, de San Pedrito o de otros barrios de la ciudad, aunque algo nos dejó el historiador Héctor Gaitán, para poder recrear el ayer que muchos queremos aprisionar mientras nos quede algo de la bendita memoria.