Pobreza y desigualdad, a 20 años de la liberación de Mandela


La imagen de archivo capta a niños tratando de ver a Nelson Mandela, dando un discurso un dí­a después de su salida de la cárcel. AFP PHOTO FILES / ALEXANDER JOE

La liberación de Nelson Mandela, el 11 de febrero de 1990, precipitó la caí­da del apartheid y ancló la democracia en Sudáfrica. Veinte años más tarde, el paí­s sigue confrontado a desigualdades flagrantes y la impaciencia cunde en los barrios pobres.


Comerciantes callejeros muestran souvenirs de Mandela. AFP PHOTO / STEPHANE de Sakutin

En 1990, «la esperanza era enorme, pensábamos que se abrí­a una nueva era. Este optimismo se ha difuminado mucho», estima Moeletsi Mbeki, del Instituto sudafricano de Relaciones Internacionales.

Desde el punto de vista polí­tico, el cambio es radical. Las leyes segregacionistas se desmantelaron, la democracia multirracial está instalada y el paí­s se ha dotado de una de las Constituciones más liberales del mundo.

Desde 1994, el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano (ANC), ha ganado con holgura todas las elecciones. La antigua formación de lucha contra el régimen de dominación blanca aboga por la reconciliación y, a pesar de su enraizamiento histórico en la izquierda, se esfuerza por tranquilizar a los medios de financieros.

Esta estrategia ha permitido mantener un fuerte crecimiento hasta el año pasado, convertir a Sudáfrica en el gigante económico del continente y financiar ayudas sociales que benefician hoy a 13 de los 48 millones de sudafricanos.

En cambio, ha fracasado a la hora de redistribuir las cartas y los excluidos del antiguo régimen apenas han mejorado su situación hoy en dí­a.

A pesar de la emergencia de una clase media negra, llamada los «diamantes negros», la gran mayorí­a de la población sigue padeciendo desempleo y pobreza.

Peor aún, según un informe gubernamental reciente, las disparidades no dejan de acentuarse. Los ingresos mensuales medios de los negros han aumentado un 37,3% desde 1994. En el caso de los blancos, el salto ha sido del 83,5%.

Si bien el Gobierno ha mejorado el acceso al agua y la corriente eléctrica, queda mucho por hacer en los enormes suburbios del paí­s, donde 1,1 millones de familias siguen viviendo en barracas.

«El ANC ha triunfado allí­ donde pensaban que fracasarí­a: gestionar una economí­a moderna», señala Frans Cronje, del Instituto sudafricano sobre Relaciones entre Razas. «Pero los sectores considerados como sus puntos fuertes -la mejora de las condiciones de vida, la educación y la lucha contra la criminalidad- son un fracaso».

En consecuencia, «la cólera en las comunidades negras pobres aumenta a toda velocidad y los resultados del partido en el poder decepcionan cada vez más», prosigue.

Consciente de estas tensiones, el jefe del ANC, Jacob Zuma, hizo una campaña electoral el año pasado dirigida directamente a los más pobres. En los meses que siguieron a su llegada a la presidencia, en mayo, los «townships» le han recordado sus promesas, con manifestaciones violentas para denunciar la corrupción e ineficacia de los poderes públicos locales.

El presidente deberí­a aprovechar el vigésimo aniversario de la liberación de Nelson Mandela para recalcar su determinación para transformar el paí­s, en un discurso a la Nación pronunciado ante el Parlamento.

«Va a reconocer los retos que se le presentan, algo necesario para calmar parte de la cólera», predice Cronje. «Pero esto no servirá de nada si su discurso no viene seguido de mejoras en hospitales, escuelas y comisarí­as».

Para el analista, la primera potencia económica del continente ha salido del periodo de euforia de los años noventa. «El concepto del milagro de la Nación arco iris está muy borrado, salvo en los ojos ingenuos de los observadores internacionales».

Aniversario Imagen de libertad y perdón


De militante más célebre de la lucha antiapartheid, Nelson Mandela ha pasado a ser un icono mundial de la reconciliación y el perdón desde su puesta en libertad hace 20 años, el 11 de febrero de 1990.

Muy frágil a sus 91 años, «Madiba» el nombre con el que lo llaman los miembros de su clan, limita sus apariciones y se expresa sólo mediante grabaciones de video, como hizo en diciembre, en el momento del sorteo del mundial de fútbol, que Sudáfrica organiza en junio y julio.

Su liberación en 1990, después de pasar 27 años en las celdas del régimen segregacionista, aceleró la caí­da del apartheid. Cuatro años más tarde, se convertí­a en el primer presidente negro de Sudáfrica, elegido democráticamente.

«Un icono mundial de la reconciliación». Esta definición del arzobispo anglicano Desmond Tutu resume el principal legado de Mandela: transformar, sin rencores, un paí­s desgarrado en una democracia multirracial y estable.

Mandela nació el 18 de julio de 1918 en la región del Transkei (sureste) en el seno de un clan real. Su padre le llama Rolihlahla, «el que trae problemas», en xhosa. Un maestro le añadirá Nelson.

De hecho, Mandela manifiesta muy pronto un espí­ritu rebelde y lo expulsan de la universidad negra de Fort Hare por un conflicto sobre la elección de representantes estudiantiles.

En Johannesburgo, el pasante de abogado, aficionado a las mujeres y al boxeo, milita en el Congreso Nacional Africano (ANC) y cofunda la Liga de la Juventud del ANC.

Frente a un régimen que institucionaliza el apartheid en 1948, toma las riendas del partido. Detenido en múltiples ocasiones, Mandela es juzgado una primera vez por traición y absuelto en 1956.

Un año más tarde, preside el ANC cuando, prohibido en 1960, da el salto a la lucha armada. Detenido, es juzgado con el núcleo dirigente del ANC por sabotaje y conspiración contra el Estado en el proceso de Rivonia (1963-64).

Mandela es condenado a cadena perpetua pero proclama su profesión de fe: «Mi ideal más querido es el de una sociedad libre y democrática en la que todos vivan en armoní­a con igualdad de oportunidades (…) Un ideal por el que estoy dispuesto a morir».

Desde la isla-prisión de Robben Island, a la altura de Ciudad del Cabo (suroeste), o bien desde otras celdas, Mandela inspirará a sus compañeros. A partir de 1985, el régimen del apartheid, asfixiado por las sanciones internacionales y la incansable lucha interna, inicia contactos secretos.

El 11 de febrero de 1990, el «detenido 46664» aparece como hombre libre de la mano de su segunda esposa. De inmediato retoma las negociaciones.

El éxito de la transición, negociada con el último presidente del apartheid, Frederik de Klerk, será premiado con el premio Nobel de Paz 1993 a los dos hombres.

Elegido triunfalmente en los primeros comicios multirraciales, el 27 de abril de 1994, Mandela expresa en su discurso de investidura su voluntad de construir una «nación arco iris en paz consigo misma y con el mundo».

Adulado por los negros, se gana poco a poco el afecto de los blancos, pasmados por su falta de amargura, simbolizada en 1995 por la camiseta de la selección nacional de rugby, deporte emblemático de los antiguos señores blancos, que Mandela se pone en la final del Mundial, que ganan los Springboks sudafricanos.

En 1998, el dí­a en que cumple 80 años, «Tata» (abuelo) contrae matrimonio con Graí§a Machel, viuda del ex presidente mozambiqueño, 27 años más joven. Un año más tarde, abandona la presidencia y se aleja de la vida pública.

Leal al ANC, evita posicionarse en polí­tica, excepto en materia de lucha contra el sida. La enfermedad es un tabú cuando organiza en 2003 el primero de una serie de conciertos mundiales benéficos. Dos años más tarde anuncia públicamente que su hijo ha muerto de sida.