La Naturaleza no es ella misma riqueza, sino que se transforma en riqueza mediante la acción humana. El poder transformador de la acción humana reside en la razón, que concibe fines y elige los medios más idóneos para lograr esos fines. Entre esos medios tienen extraordinaria importancia el trabajo y el capital. Con ellos el ser humano actúa sobre la Naturaleza, para transformarla en riqueza.
Es trabajo la energía física y psíquica que deliberadamente el ser humano emplea para producir cosas económicamente valiosas. Es capital el medio que el trabajo emplea para producir esas cosas. El capital se denomina también “medio de producción” porque es un bien que sirve para producir otros bienes. Ni el trabajo ni el capital tienen un valor intrínseco, sino que son recursos que sirven para producir bienes destinados al consumo final. El trabajo requiere aptitud teórica o práctica para emplear el capital; y el capital requiere de ahorro, el cual, por medio de la inversión, se convierte en capital.
La productividad del trabajo es la cantidad de cosas económicamente valiosas que el trabajo produce en una determinada unidad de tiempo. La productividad del capital es la cantidad de cosas económicamente valiosas que el capital produce en una determinada unidad de tiempo de trabajo. El trabajo más productivo es, evidentemente, más valioso que el menos productivo. El capital más productivo es, también evidentemente, más valioso que el menos productivo. Sería absurda una economía en la cual el trabajo o el capital más productivo fuera menos valioso.
La productividad del trabajo depende de la productividad del capital. Por ejemplo, un trabajador que corta madera con una sierra eléctrica, que es un bien de capital, es más productivo que un trabajador que corta madera con un serrucho, que también es un bien de capital. Es predecible que los trabajadores que emplean bienes de capital más productivos devengarán un salarios mayor; e inversamente, los trabajadores que emplean bienes de capital menos productivos devengarán un salario menor.
Los trabajadores más pobres son aquellos que emplean bienes de capital menos productivos. Por ejemplo, un campesino que cultiva la tierra con azadón, o que transporta carga en una carreta tirada por bueyes, o que emplea cubetas con agua para regar un campo agrícola, es más pobre que un campesino que cultiva la tierra con un tractor, o que transporta carga en un vehículo automotor con tracción en las cuatro ruedas, o que emplea un mecanismo electrónico automático para regar un campo agrícola.
La reducción de la pobreza de los trabajadores más pobres puede iniciarse con la eliminación de los impuestos sobre el capital; pues si se eliminan esos impuestos, una mayor cantidad de ahorro se convertirá, por medio de la inversión, en capital más productivo, con el cual, por consiguiente, el trabajador producirá más, y devengará un salario mayor. Es decir, obtendrá una mayor proporción de la riqueza creada por el trabajo mismo y el capital.
En general, eliminar los impuestos sobre el capital es reducir el costo del capital, y fomentar una mayor demanda de capital, no del menos productivo, como azadones, serruchos, carretas tiradas por bueyes, o cubetas con agua para regar campos agrícolas, sino del más productivo, como un tractor, una sierra eléctrica, un moderno vehículo automotor agrícola, o un mecanismo electrónico para riego automático.
Una constitución política debería tener un precepto similar a éste: “Se prohibe crear impuestos sobre el capital.” Es decir, se prohibiría crear impuestos que impidan crear oportunidades para que los trabajadores más pobres puedan ser más productivos y, por consiguiente, devenguen un salario mayor.
Post scriptum. El economista David Ricardo (1772-1823) opinó que los impuestos sobre el capital evitan una asignación más eficiente del capital, y así reducen los recursos disponibles para mantener el trabajo, y finalmente reducen la producción futura de una nación.