Pobres y miserables


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Cuando se habla que la educación está en crisis y que de esa forma estamos condenados a vivir en pobreza eterna normalmente se piensa en términos económicos.  Esto es, la perspectiva financiera es la que priva: el temor de que el joven sin un oficio no tenga formas de ganarse la vida y se las apañe como pueda para traer el sustento diario a su nuevo hogar.

Eduardo Blandón

 


Es razonable, quien no se prepara para la vida, quien con dificultad sabe leer y escribir, el que no se cultiva en algún oficio, está a merced de todo y de todos.  La ignorancia es criminal, te mata.  Quita el aire, asfixia y, aún en vida, se es casi un cadáver ambulante por las limitaciones con las que uno tiene que vivir.  El analfabetismo tiene que ser visto como una peste.

Pero, más allá, del carácter deletéreo y dañino de la ignorancia, causada ya lo dijimos por las limitaciones materiales, hay otra condena de la que nadie habla que es la estupidez.  Es curioso, mientras muchos coinciden en la importancia del dominio de las matemáticas como una condición “sine qua non” para el éxito en la vida, pocos hablan de la formación humana como fundamento de la felicidad.

Digámoslo más claramente.  Desconocer las ciencias naturales, la fí­sica, la quí­mica y las matemáticas, es sumamente grave. Horroroso es desconocer esos conocimientos que ayudan a comprender el mundo.  Pero es tanto o más espantoso que carecer de formación humana.  Así­, que no sepa un estudiante de porcentajes y raí­z cuadrada es tan impensable como desconocer la historia, las ciencias sociales, la psicologí­a y hasta la filosofí­a.

Por esta razón nuestro problema educacional es grave.  Consiste en que nuestros jóvenes no sólo van a ser pobres a futuros (con la educación de mala muerte que enseñamos), sino miserables por los huecos de formación humana con la que los educamos. Estúpidos en las finanzas y manejo del dinero, tarados para tomar decisiones y enfrentar la vida.

Aquí­ podrí­amos preguntarnos qué es mejor privilegiar: la educación para el aprendizaje práctico (pericias concretas que ayuden a “controlar” el mundo en contextos propios) o la formación en actitudes que contribuyan a formar el carácter y tomar decisiones razonables.  Evidentemente la disyunción es equivocada.  Una formación integral nunca puede ignorar ninguna.  Un centro de estudios sensato apuesta por las dos.

Ignorar la formación humana a costa de la formación profesional puede producir imbéciles.  Los hay: profesionales (abogados, ingenieros, arquitectos, doctores, entre otros), muy duchos en su profesión, pero toscos en el trato humano.  Ignorantes en apreciación artí­stica, torpes en las relaciones sociales, desubicados en polí­tica, literatura, música, psicologí­a y un etcétera que dan ganas de llorar.

También privilegiar la formación del carácter y la sensibilidad humana en desmedro de la formación profesional es espantoso. Hay profesionales, claro que los hay, muy humanos, comprensivos, poetas, músicos, dramaturgos y hasta curas que son incapaces de cambiar una llanta, manejar una cuenta de ahorro y reparar el grifo del lavamanos.  Son un fracaso caminando, creen que la vida consiste en cerrar los ojos y pedirle a Dios maná del cielo. 

La educación del siglo XXI debe apostar por modelos integrales, de lo contrario tendremos que resignarnos a lo que tenemos hoy: adultos deformados, incapaces de comprender el sentido de la vida y formular propuestas creativas e innovadoras. Nuestras escuelas actuales son fábricas de pobres y miserables.  Es triste nuestra situación.