Población mundial e injusticia


Yo creo que algo tenemos que hacer respecto al crecimiento desmedido de la población mundial.  Los números que se proyectan asustan y, como seres inteligentes, tenemos que poner nuestras barbas en remojo.  Con todo, el problema debe verse en toda su amplitud: el crecimiento desmedido de la población es sólo la mitad del gran desafí­o que tenemos que enfrentar, falta aún que consideremos la injusta distribución de la riqueza como parte esencial de algo que a veces se nos oculta.  Consideremos los números.

Eduardo Blandón

Las estadí­sticas indican que en el 2012 sumaremos 7 mil millones de habitantes, pero (mire qué barbaridad) en el 2050 seremos 9 mil millones.  Los números indican que Nigeria, Somalia y Uganda crecerán un 150 % en los próximos 40 años.  Por último, de los 2 mil 400 millones de personas que crecerán de aquí­ al 2050, el 98 % vivirá en paí­ses pobres.  Increí­ble, ¿no?

Sigamos con el diagnóstico.  En el 2050 se prevé que la fertilidad mundial será de tan solo 1.85 niños por mujer.  Eso serí­a muy bueno, según los expertos, si no se tomara en cuenta que la población en los 49 paí­ses más pobres del mundo se duplicará de 840 millones hasta 1,700 millones de personas (así­ lo afirma el informe «Perspectiva sobre la población mundial», difundido en 2008 y elaborado por la División de Investigación Demográfica y Población Mundial de la ONU).

Si nos atenemos al informe, queda claro que los que tienen que optar por polí­ticas positivas son precisamente los paí­ses pobres.  Es decir, si apenas mal podemos con nuestro crecimiento actual, ¿imagí­nese cuando seamos más?  Por otro lado, a los paí­ses ricos no les ocurre lo mismo, parecen estar más allá de estas nimiedades poblacionales.  El trabajo de la ONU revela que Japón, Georgia, Rusia y Alemania (para poner un ejemplo) están en el otro extremo de nuestras cuitas pues perderán en el corto plazo un 10 % de la población. 

Vistas las cosas hasta aquí­ podrí­a pensarse que el problema son las personas, el crecimiento poblacional, pero no es cierto o al menos, es una verdad a medias.  La estructura económica que rige el mundo es tremendamente injusta y hace que muchos (en los paí­ses con menos ventajas) no tengan oportunidades por la avaricia y la imprudencia de los paí­ses ricos.  Vamos a los números.

El consumo de una persona en Estados Unidos emite 20 toneladas de dióxido de carbono cada año; el equivalente de dos europeos, cuatro chinos, diez hindúes o 20 africanos.  Esto quiere decir, que los amigos gringos son derrochadores y se consumen el mundo a placer, de manera desconsiderada y egoí­sta.  Es decir, el 80 % de la población pagarí­a las consecuencias económicas y ambientales del consumo de un 20 %.  ¿Cómo la ve?

Según un diario español, además, que cita a Stephen Pacala, director del Instituto Ambiental de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), calcula que los 500 mil habitantes más ricos del mundo, cerca de un 0.7% de la población actual, son responsables del 50% de las emisiones del dióxido de carbono del mundo.  El plus, en esta consideración nos lleva a concluir que además de comilones y botaratas son contaminadores a granel, doble maldad la de los muchachos.

Como puede advertirse, el problema planetario es más amplio de lo que uno sospecha.  Los ricos, hipócritamente echan la culpa a los pobres por parir hijos y hacer crecer horriblemente la demografí­a mundial, pero se les olvida su «pecado» al comportarse como cerdos contaminantes y consumidores de los bienes que tienen, según la vieja enseñanza, una función social.