Empezamos a vivir ya el ambiente electoral con mayor intensidad puesto que aun sin la convocatoria a elecciones, los partidos están definiendo sus fórmulas para presentar la oferta al electorado y teniendo en cuenta los antecedentes históricos, es del caso que hagamos un llamado a todas las formaciones políticas para que hagan planteamientos serios, que por una vez siquiera traten de abordar la compleja realidad nacional con visión patriótica y de futuro para no sólo lograr votos, sino involucrar a la población en el proceso que se requiere para transformar al país.
Los guatemaltecos necesitamos de instituciones políticas que hagan gala de seriedad y que, dentro de lo que se considera como comprensible en el plano del proselitismo y la necesaria captación del voto, se comprometan a realizar oferta sobre temas concretos y en cuestiones en las que efectivamente pueden lograr avances. Históricamente las campañas en Guatemala se basan en canciones, en el regalo de gorras, camisetas y hasta láminas, que son el gancho para un electoral que no tiene confianza en las entidades políticas y que piensa que, al menos, en tiempos de campaña algo le puede sacar a los políticos antes de que éstos, si triunfan, se dediquen a esquilmar al pueblo.
Creemos que el modelo político nacional se está agotando porque vivimos en un estado fallido que tiene el serio problema de la ingobernabilidad. El problema de nuestros tiempos no es tanto ya la falta de democracia (entendiendo por tal la elección de las autoridades) sino la incapacidad de los gobiernos para administrar la cosa pública, lo que hace que los estados fallidos se traduzcan en una especie de falla de la democracia. Por ello es que los políticos, en aras de preservar y apuntalar el sistema, tienen que ser muy serios para que la población entienda la raíz de los males y se comprometa a ser parte de la solución. Los cantos de sirena propios de estos tiempos de campaña no hacen sino aumentar la frustración y el desengaño ya no en la clase política que poco tiene que perder, sino en el sistema que no llegó a probar su eficiencia.
Ganar votos con planteamientos serios es más difícil, indudablemente, porque también hay que entender que nuestro electorado con su falta de madurez y responsabilidad se deja engatusar por la promesa que es evidentemente falsa. Pero ya está visto que ganar elecciones mediante la reiteración del engaño no sirve sino para debilitar más un sistema que, hablando en plata, está agónico y que no da para más. Continuar con el engaño no será sólo la sepultura de los políticos que han engañado a la gente, sino de un sistema que ha fallado porque ni dirigentes ni pueblo entienden su real papel en la democracia y se convierten en cómplices por la irresponsabilidad con que se encara la crucial decisión de elegir autoridades.