Fue recibida a bombo y platillo en Nueva York, y en París la adoran, pero Beatriz Milhazes opina que no hay nada como el hogar.
Más de un decenio después de su última muestra en su natal Río de Janeiro, la artista mejor pagada de Brasil se prepara para una especie de regreso a casa con una importante retrospectiva que cubre la mayor parte de sus 30 años de carrera. La exhibición, que se inaugura el jueves en el Centro Cultural Paco Imperial, en el centro de Río, reúne más de seis decenas de pinturas, serigrafías y collages cubiertos en el típico estallido de colores saturados, círculos concéntricos, flores y arabescos de Milhazes.
«He expuesto en lugares que obviamente son muy alentadores para cualquier artista, pero de cierta manera tener una exposición en tu ciudad natal —nací aquí, vivo aquí y trabajo aquí— te atrae más, te alienta más y te impulsa más», declaró Milhazes a The Associated Press el viernes en una entrevista mientras supervisaba la instalación de la muestra. «Es como decir: ‘Mamá, mira lo que he logrado’».
Y Milhazes tiene mucho de qué enorgullecerse. La artista, de 53 años, ha exhibido en la Bienal de Venecia, una muestra exclusiva en la Fondation Cartier de París y tiene obras en el Museo Reina Sofía de España y en el Museo Guggenheim de Arte Moderno de Nueva York.
Su pintura «O Magico» (El mago) de 2008, se vendió en más de 1 millón de dólares, aproximadamente cuatro veces lo que se esperaba, en una subasta en Nueva York, lo que la convirtió en la artista brasileña viva mejor pagada. Y rompió el récord nuevamente el año pasado con «Meu Limao» (Mi limón), que se vendió en 2,1 millones de dólares en otra subasta en Nueva York.
Aunque una vez dijo que le tomó 25 años convertirse en un éxito de la noche a la mañana, Milhazes dijo que su lento camino a la fama la ayudó a hacer frente a la atención.
«El primer decenio de mi carrera, en los años ochenta, era muy local. Fue sólo en los años noventa que comencé a mostrar obras fuera de Brasil, primero en América Latina, en México, Venezuela, y después en Nueva York. Luego fue en Europa y Japón, pero muy poco a poco», dijo Milhazes mientras hace correr los dedos por los rizos de su cabello, que recuerdan las ondulaciones de sus obras. «Durante ese proceso, algunas veces me iba y pasaba algún tiempo en estos otros países. Pero nunca corté mis lazos con Río. Esa fue una decisión importante. Necesito sentirme en casa, esa comprensión de dónde está mi hogar».
Río, una metrópolis costera y caótica de 6 millones de habitantes, ha impulsado la obra de Milhazes desde el principio. Los primeros collages tenían pedazos de tela de los disfraces que se usan en el mundialmente famoso Carnaval de Río, y su obra todavía explota con estampados y arabescos que recuerdan su exuberante vegetación. Hay algo muy de Río en su asombrosa paleta de colores, con sus naranjas y amarillos brillantes, que evocan el potente sol estival de la ciudad, el azul de sus cielos y los rosas y púrpuras de los árboles de primavera en flor.
En vez de pintar directamente sobre el lienzo, Milhazes desarrolló una técnica en que usa acrílicos para pintar formas en plástico, y entonces las transfiere al lienzo, creando palimpsestos de intrincadas capas.
En reproducciones, sus obras lucen tan perfectas que parecen generadas por una computadora. Pero al observarlas de cerca, están vivas con pequeñas imperfecciones que las hacen aún más irresistibles a la vista. Las superficies de resina de las pinturas están llenas de pedazos de pintura, mientras que restos de líneas y manchas de color están visibles debajo de una capa después de otra capa superpuesta.
Frederic Paul, curador de la muestra de Río, dijo que a pesar de su apariencia festiva, la obra de Milhazes es en lo fundamental inescrutable.
«Cuando uno mira las pinturas de cerca, no las entiende en lo absoluto», afirmó. «Nunca se podrá conocer de verdad la obra de Beatriz. Pero siempre la descubrirá».