Pintando un ocaso


Edgar tiene como mil años?. Su rostro es como un campo recién labrado, lleno de surcos, listo para dar mucha vida, él aflora esa vida por los ojos, son negros, brillantes, y por momentos parecen plantas llenas de rocí­o, aunque yo sé que no es más que llanto, por la tristeza que le provoca recordar a sus seres queridos.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Edgar también tiene como mil años y talvez como 700 de estar solo, bueno, solo, solo no está, porque ahí­ en esa casa hay otras personas que también tienen siglos como él, y con ellos platica y recuerda momentos, pero siempre pasa lo mismo, sus ojos, los de Héctor, los de Amalia todos se llenan de brisa, los de Josefa hacen tormentas, pero cuando suenan las campanadas de esa iglesia que está ahí­ cerca y les llevan su taza de mosh, todos sonrí­en y acampan.

Al menos ahí­, porque el corazón de Marta (no se llama así­, pero se me antoja bonito) ese está inundado, quizá dentro de un mes ya no esté con ellos, no porque no quiera, sino porque el dinero no alcanza y la casona talvez se cierre, quién sabe a dónde los van a llevar, Marta, conseguirá otro trabajo, pero eso no quita que ahora esté triste, ella y las otras Martas ya los quieren, no les importa que tengan mil años, ni que lloren tanto, ni que sean gruñones, ellas los cuidan, los alimentan, les peinan sus cabecitas blancas de algodón, aunque algunas ya casi no tengan cabellos.

¿Qué pasará con Edgar?, ¿quién cuidará a Josefa?, y a todos los otros que como ellos se encuentran en ese asilo, no lo sé, talvez ocurra un milagro, aunque dicen que nunca pasan, igual yo no quiero dejar de creer, ¿y usted?

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