Tantos buenos pintores guatemaltecos, que llenan las galerías de arte, exponiendo sus obras  y destreza; muchos de ellos exportan sus trabajos al extranjero, donde son cotizados a la alza y apreciados. El Presidente, o no se ha enterado de estas exposiciones, o desaprecia el arte nacional. Aduce el gobernante, que debe dársele un espacio al arte -pero al mismo tiempo cierra Bellas Artes por falta de presupuesto-,   no obstante, ordenó  traer de tan lejos la obra del pintor mexicano Diego Rivera, para embelesar al pueblo con dicho cuadro que representa la memoria histórica, y es obligatorio que no se olvide, para que jamás vuelva a suceder algo similar, declaró el Presidente. Por supuesto que no desprecio la obra de Diego Rivera, que hasta Hollywood llevó al cine a la pareja sentimental, Frida Kahlo, donde vemos la tendencia política del pintor. En México se aprecia lo nacional, exhiben  y realzan el tema de la revolución, que duró 80 años y terminó por convertir a México en un país industrial.  Lamento no saber pintar, porque quisiera representar sobre un lienzo la situación que hoy vivimos los guatemaltecos:  como fondo la lluvia pertinaz, precedida de la imponente estampa del volcán Pacaya, escupiendo fuego y arena, un hombre en medio de la erupción, tragado y arrastrado por la lava candente, con una cámara en las manos; los ríos desbocados, los débiles puentes arrastrados por las corrientes, las montañas desmoronadas, sepultando calaveras, los cimientos de las casas,  en medio del fango, dos hombres, uno viejo con sombrero de petate  roto y mojado, el otro joven con su gorra desteñida viendo sus milpas tiradas, cuatro mujeres caminando en medio de cerros, cargando sus piedras de moler, para venderlas en el próximo pueblo, un niño perdido, sin padres, desorientado se tapa los ojos a la orilla del precipicio, donde la camioneta está volcada, porque los aludes causaron el accidente, y en la incipiente luna, columpiándose, el Presidente, ajeno a las calamidades, vestido de esmoquin luciendo la banda presidencial. En la última esquina del lienzo una mujer bien, bien trajeada, dirigiendo la operación de subir a un carro blindado, último modelo, las bolsas con el emblema, llenas de dinero.