Pinochet: sangre y pobreza


Augusto Pinochet no sólo fue un dictador sanguinario. Se convirtió en el instrumento inicial para aplicar y poner a prueba el proyecto neoliberal que los grandes centros del poder económico mundial diseñaron para recuperar las posiciones perdidas con las crisis de los 60’s y 70’s. En Chile, las polí­ticas neoliberales provocaron un aumento dramático de la exclusión social, la pobreza y la vulnerabilidad. Con el advenimiento del régimen democrático, en 1990, se utilizó la expresión «deuda social» para destacar los enormes costos sociales incurridos por la aplicación de las medidas neoliberales que tanto elogiaron las instituciones monetarias internacionales.

Marco Vinicio Mejí­a

El sociólogo Tomás Moulián demostró que dentro de una muestra de 62 paí­ses, ordenados por un indicador de equidad, a comienzos de los 90’s, el Chile del «milagro» ocupaba el lugar 54. Sólo Sudáfrica, Lesotho, Honduras, Tanzania, Guinea Ecuatorial, Panamá, Guatemala y Brasil presentaban una distribución del ingreso más injusta que la chilena. Después de más de un cuarto de siglo de polí­ticas neoliberales, la experiencia chilena comprobó la ineficiencia de éstas para resolver el problema de la pobreza y lograr algún avance en el terreno de la equidad. La desigualdad entre ricos y pobres se agigantó hasta niveles sin precedentes en la historia chilena.

De ser uno de los paí­ses más igualitarios de Latinoamérica, Chile se convirtió en uno de los más desiguales. Los neoliberales pregonaban que allí­ los pobres eran menos pobres que antes. Una objeción a esta afirmación es que si las clases populares tení­an acceso a bienes que antes les estaban vedados, no significaba que eran «menos pobres» que antes. Los pobres del neoliberalismo chileno lo eran, no al compararlos con los indigentes de Calcuta, sino en relación con la ostentosa riqueza de la nueva oligarquí­a chilena. Si los pobres eran «menos pobres» que antes, su proporción en relación con el conjunto de la población era más del doble de la registrada a fines de 1971, al cabo de un año de gobierno de Salvador Allende.

En un paí­s cuyas clases dominantes y sus perros guardianes no permitieron a Allende ni siquiera un año para superar la pesada herencia que dejaba, en palabras de Aní­bal Pinto, «un caso de desarrollo frustrado» como el chileno, más de dos décadas de neoliberalismo resultaron un perí­odo más que suficiente para suponer que la situación de pobreza, exclusión y desigualdad sociales, unánimemente percibida, debió haber sido considerablemente atenuada. Esto no ocurrió, a pesar de la rapidez experimentada por el crecimiento económico desde mediados de los 80’s.

La experiencia enseña, una y otra vez, que las polí­ticas neoliberales son incapaces de combatir la pobreza y son uno de los factores más dinámicos en su creación y en el aumento de la inequidad y la exclusión social. Lo anterior vale no sólo en la periferia del capitalismo. En 1994, Paul Krugman demostró contundentemente que esto también ocurre en el corazón mismo del sistema, en Estados Unidos y el Reino Unido.