Pinochet



Nunca nos alegramos de la muerte de nadie y el caso del general Augusto Pinochet Ugarte no es una excepción. Ayer, para mayor paradoja, en el Dí­a de los Derechos Humanos, murió el militar chileno que encabezó el sangriento golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que puso fin al gobierno del doctor Salvador Allende e inició una dictadura de 17 años en ese paí­s sudamericano. En supuesta defensa de la democracia, que habí­a permitido la elección de Allende, se instauró un gobierno autoritario que no vaciló en recurrir a las más variadas formas de represión para mantener controlado al pueblo.

Guardando las distancias, cuando leemos que la dictadura de Pinochet costó la vida a tres mil personas a lo largo de esos más de tres lustros, no podemos sino pensar cuán grande fue el perí­odo oscuro y negro del terror estatal en Guatemala, porque aquí­ entre muertos y desaparecidos se habla de cifras muy superiores a la que empaña la imagen de Chile.

Hubiéramos querido que Pinochet, como cualquier ser humano que comete delitos, respondiera legalmente por sus actos y sufriera el peso de la justicia. Lamentablemente él mismo diseñó un sistema que le aseguró la impunidad y de esa cuenta ni la justicia nacional ni la internacional pudo alcanzarlo por sus actos delictivos contra la humanidad. Está debidamente documentado que el terrorismo de Estado en Chile no se circunscribió a las fronteras del paí­s, sino que fue llevado a donde Pinochet y sus esbirros consideraban necesario.

Pinochet fue elevado a la posición de Jefe de las Fuerzas Armadas por el presidente Allende para conciliar los ánimos y al sustituir al general Prats en esa importante posición se convertí­a en el hombre de confianza del gobierno democrático para evitar cuartelazos, sobre todo sabiéndose que la CIA estaba muy activa por instrucciones de Kissinger para provocar un golpe de Estado. Y Allende supo, en la mañana del 11 de septiembre de 1973 que se habí­a equivocado porque designó a un traidor para dirigir a la institución llamada a defender la democracia.

Lo que nunca supo Allende es que además de traidor, el Jefe de las Fuerzas Armadas serí­a un tirano cruel y corrupto que no vacilarí­a en asesinar ni en robarse el dinero de los fondos públicos. El tiempo y la historia terminaron desnudando a quien fue reverenciado por los conservadores del mundo como paradigma de los gobiernos latinoamericanos. Ayer mismo Margareth Tatcher expresaba su desánimo por la muerte del general chileno que a cambio de propiciar las modificaciones estructurales que le aconsejaron los Chicago Boys, se enriqueció suciamente y además mató y torturó a quienes cuestionaban sus polí­ticas.

El hecho de que su muerte ocurriera en el Dí­a de los Derechos Humanos, puede ser una forma irónica en la que el destino le pasó la factura al dictador chileno porque desde ahora, esa fecha estará marcada también por el aniversario de su muerte y no se podrá deslindar su figura del tema de la violación de los derechos humanos.