Guatemala es una nación multiétnica, pluricultural y multilingí¼e. Pero ello no quiere decir una nación fragmentada, desunida. No, enfáticamente No. Es a través de esta unidad nacional integrada por los componentes señalados, en que debemos lograr una democracia y una paz firmes, sostenidamente permanentes.
Papel importante juegan los partidos políticos para lograr las metas anteriormente mencionadas. Estos no sólo deben ser grupos organizados jurídica y políticamente, sino verdaderos transmisores de las necesidades y demandas del pueblo, tanto en el orden económico como en el social y político, o de cualquier índole.
En la reciente historia de Guatemala hemos visto nacer, crecer e, infortunadamente, desaparecer a varios partidos políticos, o si no han desaparecido están desgastados y debilitados. Son fuertes cuando están en el poder y se tornan frágiles y endebles cuando desaparece su líder y/o dejan el gobierno. Causa de tal fenómeno, tanto en nuestro país como en el resto de América Latina, es que los partidos no han sido eficientes para encauzar el cambio que demanda el progreso económico y social. No se han preocupado de transformar sus estructuras tradicionales que los perfilan como grupos electoreros, sin contenido ideológico y esencia política.
Sin embargo, son indispensables para la vida de un régimen democrático, ello es indiscutible; pero es necesario que se compenetren de los problemas sustanciales de la población, en toda su dimensión. Sin menoscabo de su ideología, si es que la tienen, sin mengua de su institucionalidad, deben conformar una entente de comprensión de adversidad, conciliadora, ya sea fuera del Gobierno o dentro de él. Deben obrar de acuerdo con los postulados del sistema democrático; asimismo, estimo que deben contraer compromisos estables con los intereses, no sólo de sus afiliados o sus cúpulas, sino también (esto es básico) con los de toda la población, y deben dar acceso a las demandas legítimas de los grupos emergentes, así como respetar las reglas de juego de la competitividad y no simplemente adueñarse del poder.