Pese a todo, la migración es luz al final del túnel


Oscar-Marroquin-2013

Cada mes se publica el reporte que dan las autoridades monetarias sobre la cantidad de dólares que entran al país en concepto de remesas familiares enviadas por los guatemaltecos que han tenido que irse a trabajar al extranjero, principalmente a los Estados Unidos, para encontrar allá las oportunidades que su propia Patria no les ofrece y hasta les niega de manera sistemática.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Los números pueden verse fríamente como uno más de los indicadores de la economía nacional y una explicación de por qué nuestra situación no es desesperada y cómo es que, con poca producción interna, se mantiene vigoroso el mercado local gracias a la demanda que es posible por ese dinero que ingresa mes a mes.
 
 Pero lo que tenemos que ver y entender es qué hay detrás de cada centavo que envían a Guatemala quienes tienen que emigrar. Cuánta sangre, sudor y lágrimas nutren ese flujo de dinero que permite a los familiares de casi dos millones de guatemaltecos disponer de recursos para asegurar su subsistencia y, de paso, mantener el ritmo de la economía nacional.
 
 Desde el momento en que se emprende el viaje para pasar el Suchiate arranca el sufrimiento, el temor, la incertidumbre, la explotación, el riesgo, el dolor de la separación, todo lo cual se soporta estoicamente porque al final está la esperanza de terminar con una vida de privaciones no sólo propias sino, lo peor, para sus hijos y descendientes. No debe haber situación más desesperada que la de quien vio que sus abuelos y sus padres nacieron y murieron pobres a pesar de sus esfuerzos y, de ajuste, hay que ver el futuro de los hijos y nietos con esa pesada realidad que es la ausencia de oportunidades en una sociedad que se cierra para impedir que el pobre pueda tener acceso a educación y salud para competir en el mercado de trabajo. Tener hijos que desde la cuna tienen ya el sello de una desnutrición que les marcará para toda la vida y que por más que se haga el esfuerzo, por más empeño que se ponga en el trabajo, difícilmente podrá ganarse lo suficiente para asegurar siquiera el elemental sustento.
 
 He tenido la oportunidad de conocer a muchos migrantes y de verlos trabajar en Estados Unidos. Quitarse el sombrero es poco para expresar la admiración que genera el sacrificio de nuestros compatriotas, su dedicación a un trabajo que no se rehúye ni siquiera por las condiciones adversas puesto que basta y sobra con que se traduzca en un salario decoroso para que el trabajador chapín deje el alma en el empeño. Muchos empresarios que los contratan, especialmente en el campo de la construcción, los reputan como de lo mejor para el trabajo y aprecian mucho su actitud, siempre leal y consecuente. He tratado con varios que puestos a escoger entre guatemaltecos del altiplano, especialmente de Huehuetenango, y nativos de otros países, no dudan en darle la plaza al guatemalteco que compensa con creces su talla pequeña con la fuerza y actitud hacia el trabajo.
 
 Hay muchas cosas que me duelen de Guatemala, entre ellas la inequidad, la injusticia, la corrupción y el desinterés social hacia el tema de la pobreza. Pero pocas me lastiman tanto como ese carácter inevitable que ha tenido para cientos de miles de guatemaltecos la migración, convertida en el único camino hacia una vida digna. No puede ser que quienes en el extranjero pueden cobrar un salario decente, quienes con su trabajo afuera pueden mantener a su familia, se vean privados de esa oportunidad en su propia tierra.
 
 Y lo peor de todo es que no hay el menor esfuerzo por detener la migración. Seguiremos exportando a nuestra gente para que con su trabajo y sacrificio nos sigan permitiendo eructar pollo.