Usualmente lo primero que leo en los diarios son los titulares de primera plana y posteriormente me aboco al contenido de los artículos de varios columnistas, aunque deliberadamente paso por alto los comentarios de quienes, además de ser insípidos y aburridos, son de pensamiento ultramontano.
El domingo anterior, no fue hasta caer la tarde que leí con detenimiento los diarios, y de esa cuenta, casi por inercia, mi vista se posó en el epígrafe ¿Conflictos de intereses?, escrito por el cubano nacionalizado guatemalteco Armando de la Torre, conspicuo exponente del neoliberalismo marroquiniano, es decir, ideólogo de la derecha más conservadora de nuestro medio.
En un arrebato de sadomasoquismo impropio de mi serenidad para escoger mis lecturas, le di rienda suelta a mi instinto de reportero en desuso, para establecer cuáles eran los conflictos de intereses que intentaba despejar el columnista.
Tuve que hacer un largo recorrido visual antes de arribar al fundamento de la interrogante, puesto que en alrededor de las cuatro quintas partes del artículo el autor se dedica a criticar a reporteros de diarios impresos y a los mismos periódicos, aunque, como es usual entre quienes lanzan la piedra y esconden la mano, sólo dice generalidades, sin mencionar nombre de periodistas y de medios, con lo que escabulle su responsabilidad.
Lea usted este párrafo, por ejemplo. «Sus fuentes (de los reporteros) de información parecen demasiado endebles, y sus conclusiones precipitadas. También es obvia la tendencia de algunos hombres y mujeres de prensa de rehuir la responsabilidad de sus errores».
Pero llegando al final de su artículo, el señor De la Torre no se ruboriza al señalar que «El encargado de comunicaciones, valga el caso, de uno de los más importantes partidos es el hijo de un director de un diario escrito y el sobrino de otro, y eso parece traslucirse en el espacio concedido en ambos diarios al candidato presidencial de tal corriente política».
¿Por qué él sí puede rehuir su responsabilidad al omitir nombres de tres periodistas y de un partido político? Esa falta de entereza de quien pretende dar cátedra de periodismo objetivo se evidencia al no atreverse a mencionar a Prensa Libre, elPeriódico o Siglo Veintiuno, donde le dan cabida a sus artículos, cuando afirma que «las técnicas estrictamente informativas, del periodismo investigativo, por ejemplo, adolecen de fallos que se podrían con más cuidado evitar» (sic).
Si formula esa clase de críticas, el señor De la Torre debería ser preciso cuando se refiere a «el encargado de comunicaciones de uno de los más importantes partidos es el hijo de un director de un diario escrito y el sobrino de otro». En primer lugar, el periodista José Carlos Marroquín, a quien veladamente alude el catedrático de periodismo moderno, no es «encargado de comunicaciones», sino que es el Coordinador de Estrategia del partido Unidad Nacional de la Esperanza.
¿Por qué ese temor de ocultar el nombre de la UNE? ¿A qué obedece esa preocupación de no decir claramente que es hijo del presidente del Consejo de Administración de La Hora, el periodista y abogado í“scar Clemente Marroquín?
Si el purista mediático es tan severo para juzgar a los reporteros y a los diarios en general, por sus notas «confusas» también debería identificar al periodista Gonzalo Marroquín y al medio del cual es director editorial, es decir, Prensa Libre. Pero no lo hace porque, como queda expuesto, asevera: «?y eso parece traslucirse en el espacio concedido al candidato presidencial de tal corriente».
Para evitar esa hipocresía y confusión el crítico mediático debería ser certero y decir sin ambages: «El periodista José Carlos Marroquín, vocero de la UNE es hijo del director del diario La Hora, periodista í“scar Clemente Marroquín, y sobrino del periodista Gonzalo Marroquín, director de Prensa Libre (ya que, pese a la puntualidad que exige de los reporteros que proporcionan ’informaciones endebles’ «ese señor desconoce los cargos de esas tres personas), y a causa de ese parentesco esos dos periódicos le conceden mayor espacio al candidato ílvaro Colom».
Es lo mínimo de honestidad que se puede esperar de alguien de pretende enseñar ética y crítica periodísticas
Finalmente, como columnista de La Hora doy fe que no es cierta esa disfrazada aseveración y como lector de Prensa Libre me he dado cuenta que tampoco es veraz esa misma afirmación; pero corresponde a sus personeros aceptar o negar tales perversas insinuaciones. Lo que choca de ese profesor de Filosofía es su nebuloso razonamiento y su ausencia de valor cuando intenta poner en duda la integridad de í“scar Clemente y de Gonzalo Marroquín.