Ayer se integró finalmente la lista para elegir al nuevo Contralor General de Cuentas de la Nación. En realidad, se trata de una designación de muy poca relevancia, puesto que el problema no es únicamente de quién desempeñe ese cargo, sino básicamente es un sistema inoperante de fiscalización que no tiene colmillos para actuar en los casos más especiales y significativos de corrupción.
La Contraloría de Cuentas es una entidad que bien merece el calificativo de cacharpa vieja, puesto que si mucho sirve para atosigar a los tesoreros municipales de recónditas jurisdicciones por cuestiones que tienen más de error administrativo que de prácticas de corrupción. Se ensaña con personas que por falta de preparación no cumplen con todas las normas administrativas, pero no hace absolutamente nada con los pícaros que saben hacer las cosas.
Llegue quien llegue a la Contraloría, no podemos esperar que haga más que lo que han hecho todos los profesionales que han desfilado por la institución porque, repetimos, está hecha para apañar la picardía mayor y dar la apariencia de trabajo contando las costillas a empleados menores y por manejos en cantidades que no son relevantes. Si un Tesorero Municipal de escasa preparación realiza un pago sin la documentación de respaldo suficiente, recibe una sanción y multa, pero si un Ministro organiza el trinquete para vender la empresa de telefonía nacional, la Contraloría ni cuenta se da del negocio.
El problema vuelve a ser que para modificar la estructura tenemos que esperar a que en el Congreso se produzca el milagro de que los diputados se preocupen en verdad por los temas de interés nacional. Pero como todos ellos responden al interés de partidos políticos que aspiran a quedarse, regresar o llegar al poder para hacer lo mismo que han hecho todos, es decir, beneficiarse de la corrupción, ni modo que van a ponerle el cascabel al gato diseñando mecanismos de fiscalización eficientes que sirvan para un mejor control del gasto público. Es mejor dejar las cosas como están, gastando millones anualmente en mantener un mamotreto como la Contraloría de Cuentas, sabidos de que si se cumplen con requisitos formales todo negocio queda bien cubierto y sin riesgo de ser detectado por las huestes del Contralor. La elección del Contralor, por tanto, no revistió para los poderes ocultos y paralelos la misma importancia que tiene ahora la de Fiscal General por la existencia de una Comisión Internacional que sirve de palanca para tocar casos que antaño eran intocables. En materia de control y fiscalización del gasto, seguimos a la libre con la garantía casi plena de que los grandes negocios, los trinquetes más grandes, nunca saldrán a luz.