Cinco meses después de las violentas manifestaciones de protesta en las zonas tibetanas del oeste de China sigue existiendo una fuerte corriente subterránea de tensión y los habitantes tienen demasiado miedo para hablar con los extranjeros.
«Ustedes son vigilados, y a nosotros también nos vigilan», dijo un tibetano que se negó a revelar su nombre por miedo a represalias, en Rebkong, una ciudad enclavada en la montaña y célebre por sus tres monasterios budistas tibetanos.
Hay varias docenas de ciudades como Rebkong en el oeste de China con población tibetana donde se registraron manifestaciones contra el dominio chino sobre esta región del Himalaya, un período negro para las autoridades comunistas del país mientras se preparaban para los Juegos Olímpicos de Pekín.
Los disturbios comenzaron en Lhasa, la capital de Tíbet, el 14 de marzo, después de cuatro días de manifestaciones pacíficas contra Pekín, y se extendieron a las regiones vecinas habitadas por tibetanos, incluyendo la provincia de Qinghai, donde se encuentra Rebkong.
China reaccionó enviando una presencia militar masiva para aplastar los movimientos de protesta e impidiendo el ingreso de los periodistas extranjeros y de los turistas. Estas acciones fueron condenadas por los líderes del mundo entero y numerosos grupos de defensa de los derechos humanos.
Los dirigentes tibetanos exiliados afirmaron que 203 personas murieron en esa represión. Sin embargo, China indicó que había matado a sólo un tibetano «insurgente» y acusó a los «amotinados» de ser responsables de 21 muertes.
Los activistas dijeron que 140 personas fueron detenidas en Rebkong durante las mayores manifestaciones que se produjeron allí en abril.
Desde entonces, China permitió que los extranjeros volvieran a Tíbet y a otras zonas donde se produjeron disturbios, y una apariencia exterior de normalidad reina actualmente en Rebkong, también llamada Tongren en chino.
Las ocasionales patrullas militares y de automóviles policiales son lo único que recuerdan a los visitantes esas manifestaciones, y la tensión sólo es evidente porque muy pocas personas se atreven a hablar con los extranjeros.
«No sé», o «todo está bien», fueron las respuestas que se obtuvieron a las preguntas sobre la situación actual.
Los tres monasterios que se encuentran en el interior y alrededor de Rebkong –Longwu, el Alto Wutun y el Bajo Wutun– fueron reabiertos a los turistas, incluyendo a los extranjeros, después de haber estado cerrados hasta fines de junio.
A lo largo de la carretera desde Xining, la capital de Qinghai, que avanza a través de acantilados barridos por el viento a lo largo del Río Amarillo, sólo fue necesario atravesar un puesto policial, que permitió el paso del automóvil después de controlar el permiso de conducir del chofer.
Pero un monje en el monasterio de Wutun, que se negó a dar su nombre por temor a represalias, dijo que todavía hay muy pocos turistas.
«No hay muchos turistas, debido a la situación anterior, pero nosotros no debemos decir nada más», señaló.
La tensión también era evidente en Taktser, o Hongya en chino, el lugar donde nació el líder espiritual tibetano, el Dalai Lama, enclavado en las montañas cerca de Xining.
El viaje desde Qinghai, que lleva varias horas, se realizó sin problemas, y los puestos policiales que según las informaciones cerraban las rutas durante los meses de marzo y abril, en el apogeo de las manifestaciones, habían desaparecido.
Pero una vez frente al complejo cerrado que otrora alojara al joven Lhamo Thondrup, nacido en 1935, hasta que fue identificado como la reencarnación del decimotercer Dalai Lama, un vecino se acercó para decir que la visita de extranjeros no estaba permitida.
«Debemos partir, o usted tendrá problemas, y yo también», advirtió el conductor.