Se anunció que ílvaro Colom y su esposa, algunos funcionarios y empresarios de la iniciativa privada viajarían a Cuba para tratar fundamentalmente, en el caso del gobierno, conseguir apoyo a ciertos programas de salud y educación, y conjuntamente con los empresarios, tratar de aumentar el intercambio comercial con esa nación caribeña. Hasta aquí las cosas iban bien y aunque algunos dinosaurios veían con resquemor esta visita, se tragaban el coraje porque sus fines aparentemente podrían ser beneficiosos para ellos y el país.
 Pero no. Tenia que pasar. Funcionarios de gobierno abrieron la boca y dijeron que Colom llevaba entre sus maletas la Orden del Quetzal para condecorar al ex presidente cubano Fidel Castro. Una figura controversial y controvertida desde muchos puntos de vista, máxime que no se puede negar el aporte que el líder cubano le dio en logística, entrenamiento, armas y dinero a la guerrilla guatemalteca para tratar de establecer un régimen socialista en Guatemala.
 Independientemente de la opinión que de Fidel Castro tengamos cada uno, jamás debió confundirse el sebo con la manteca. Me explico. Nadie puede negar que, tras ese pasado de guerra alimentado por las dos grandes potencias, Estados Unidos y Rusia a través de sus satélites o directamente; en la actualidad, la historia ha cambiado, no solo por el transcurrir del tiempo, sino por los acontecimientos que nos muestran una nueva imagen de las naciones y del mundo en general. Desapareció la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y aunque el partido comunista sigue fuerte en Rusia y algunos de sus antiguos territorios, ya la visión política es distinta. Y si Cuba, antes contribuyó a la guerra, hoy con sus médicos y el posible involucramiento en sus exitosos programas educativos, se está involucrando en la paz, pese a soportar una frustrada invasión a su país, que me dolió fuera apadrinada por uno de los mejores presidentes norteamericanos como lo fue Jhon F. Keneddy y a un bloqueo comercial y económico sin fundamento. Esto nos lleva a precisar que si Colom quería quedar bien, esa Orden del Quetzal no se debió otorgar al líder revolucionario, sino, en todo caso, a la bandera cubana, para honrar también a José Martí, a esos médicos que van a las aldeas mas lejanas y los cientos (¿o miles?) de universitarios guatemaltecos que ya no van a entrenarse a la Universidad Patricio Lumumba, sino a excelentes facultades de medicina o estudiar expresiones artísticas con becas otorgadas por el gobierno cubano. Ese debió ser el homenaje y el reconocimiento. No a alguien en particular, que aún en su lecho de enfermo despierta polémicas enormes, sino a todo aquello que ha honrado a Cuba y beneficiado a nuestra patria. Así de simple.
 Pero, también para variar, la cosa no paró ahí. Colom, motivado y muy emotivo, pidió disculpas, otros dicen «perdón en nombre del Estado de Guatemala» porque en la finca Helvetia, de Retalhuleu, se entrenaron los mercenarios que trataron de invadir la isla por la Bahía de Cochinos y que fueron rechazados en menos de 72 horas, entre otras cosas, porque quien los patrocinaba no les brindó el apoyo aéreo prometido.
  Para empezar, Colom no puede arrogarse la representación del Estado por cuanto aunque el articulo 182 de nuestra Constitución indica que es el jefe de Estado y «ejerce las funciones del Organismo Ejecutivo por mandato del pueblo». í‰l es pues jefe del Estado pero no lo representa y sus funciones se limitan a uno de los tres poderes del propio Estado, ni tampoco esa representación está contemplada en ninguna de las 25 funciones que el articulo 183 de la misma Constitución le confiere, (que sí incluye el otorgar  condecoraciones, por lo que no cuestionamos esa facultad, sino lo inoportuno de la misma).
 La Constitución al referirse a Guatemala dice que es un «Estado libre, independiente y soberano» y al hablarnos de soberanía nos indica que esta radica en el pueblo, quien la delega para su ejercicio en los Organismos Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Hasta ahí llegamos.
   Si el ciudadano guatemalteco ílvaro Colom Caballeros quiso pedir disculpas o perdón a quien quisiera, lo pudo haber hecho en esa condición, pero no en representación del Estado, como se acostumbra hacer también en otras situaciones y aunque en algunos casos moralmente es valido, no lo es, al menos jurídicamente, en representación del Estado.
  Finalmente, como me decía mi recordado amigo Ramiro De León Carpio. «Pero…¿qué necesidad había de hacerlo?………»