Durante muchos años, los medios de comunicación radiofónica cobraron mucho auge en nuestro país, principalmente en la metrópoli capitalina. La historia es larga.
Fue Miguel íngel Asturias quien fundó el primer radioperiódico: el Diario del Aire. Eso ocurrió cuando se encontraba en su apogeo la dictadura del general Jorge Ubico. Entonces no había libertad de emisión del pensamiento ni de prensa propiamente dicha. El radiodiario de Asturias tenía que servir instilando -como con cuentagotas- la información, ya no digamos las opiniones que, virtualmente, nadie se atrevía a externar para no pincharle los dídimos al león; es decir, para no provocar retopadas del sátrapa y de sus andrólatras y de sus esbirros, verdaderos «pit bulls»…
Después de Diario del Aire fueron surgiendo otros radioperiódicos hasta llegar a centenares en toda la república.
En la capital son apenas dos o tres las tribunas de ese tipo que van quedando, lo cual debemos lamentar muy de veras, porque los radioperiódicos en sus emisiones han hecho eco a la voz cantante y también tronante del pueblo sin ambages ni reticencias, y eso, por lo regular, contrariaba en sus pretensiones a los políticos del mangoneo oficial, así como a los que jugaban a la politiquería del partidismo orquestado por el oficialismo.
El radioperiodismo del campo independiente, libre de ataduras, informaba y comentaba el diario acontecer nacional con apego a las realidades imperantes y en el marco del profesionalismo, lo cual, por supuesto, provocaba irritaciones en los altos círculos del gobierno. Los brutales atropellos de los esbirros uniformados y de los que vestían a lo particular no se hacían esperar en la era de los regímenes de fuerza bruta. Muchos periodistas fueron perseguidos, detenidos, metidos en los llamados «separos» de la funesta Guardia Judicial (la policía secreta), torturados en cárceles -incluso clandestinas-, desaparecidos o masacrados. Las fosas abundaban por todos lados.
El radioperiodismo sufrió los peores golpes de las mal llamadas «fuerzas de seguridad» que, en realidad no eran más que fuerzas de represión sangrienta, macabra. Las órdenes de cosas de los años del 50 en adelante, hasta las postrimerías de la pasada centuria, fueron violentos casi en su totalidad, pero los politiqueros y las politiqueras de los días que estamos viviendo, hacen alharacas, como cacatúas, y señalan con índice acusador sólo a gobernantes y a sus sayones de la década de los 80 en adelante. Quién sabe por qué motivos vienen dejando en el vacío a quienes también gobernaron sangrientamente en pasadas glorias que se están alejando más y más en la diuturnidad.
De manera, pues, que el pueblo de Guatemala ha perdido muchas tribunas al desaparecer, prácticamente, no pocos radioperiódicos que, en su mayoría, existían en la capital. Ese vacío se está haciendo sentir entre los hombres y las mujeres prendados de la libertad de expresión que preconiza y dice garantizar, al menos en la letra muerta, la ley de emisión del pensamiento que está revestida de constitucionalidad.