Perdidos en el laberinto de las palabras


Eduardo-Blandon-Nueva

Vivimos tiempos de devalúo.  La ley infalible es la de la entropía.  Todo pierde su sentido primigenio y se trastoca en ordinario.  Las palabras pierden su valor y se olvida su significado.  Estamos desorientados en un mundo que con el tiempo no reconocemos.

Eduardo Blandón


Examinemos los términos.  El gobierno habla de “reforma fiscal”.  ¿Reforma?  Caramba, cómo cambia el significado de los vocablos.  Los expertos dicen que a lo sumo se trataría de un “aggiornamento fiscal”, una tímida actualización que a lo sumo toca de refilón al gran capital y afecta con exclusividad a la clase media.  Menos mal que no hablaron de “revolución fiscal” porque entonces sí se hubieran dado color de amarillistas timadores, exagerados de pacotilla. 
 
Las palabras son como monedas que pierden fortaleza frente a las divisas fuertes.  Otro ejemplo de ello es la palabra “amor”.  En Nicaragua es el lugar donde más veces me han atribuido semejante término tierno: ¿Qué vas a querer amor?,  me pregunta la que vende en la fritanga.  “Pasá adelante, amor”, me llama la señora de la tienda.  “Comprame un número, amor”, me dice la vendedora de lotería.  Para los nicas el amor está de moda y lo proclaman todas las veces que pueden. 
 
Si en la Patria de Sandino todos se amaran, no cabe duda que se habría instaurado el paraíso terrenal.  Pero todos sabemos que no es cierto.  Mentimos canallamente.  Igual que cuando los cristianos se llaman entre sí “hermanos”.  También la palabra ha perdido valor.  Cualquier persona te dice “tú eres mi hermano”, aunque sabemos que en el fondo es una mentira de proporciones catedralicias.  También Caín llamaba “hermano” a Abel y… mire qué pasó.
 
Otra palabreja que vive en el exilio por haber perdido su peso específico es la que se refiere a “obra de arte”.  ¿Qué es obra de arte?  Antes parecía un término unívoco, pero hoy se pierde en la nebulosa y se aplica casi a cualquier cosa, objeto o representación.  Ya dudábamos de la obra de Pollock, pero hoy nos perdimos totalmente.  Con razón Piero Manzoni criticó el estado del arte con una obra titulada “Mierda de artista”.  Vea el cine, la literatura y la pintura, entre tantas formas de expresión y verá cómo casi todo es “obra de arte”.
 
Como puede ver, la posmodernidad también nos trajo caca y hoy nos sentimos perdidos en un laberinto de palabras que ya no reconocemos.  Hoy llamamos político a cualquier advenedizo y calificamos de chistoso incluso al show de Platanito.  Si seguimos así, no está lejos que califiquemos el genocidio guatemalteco, como un minúsculo episodio desagradable, quizá inconveniente, de nuestra historia patria.  Tiene trabajo el Secretario de la Paz para vendernos la idea.