Pienso que el éxito consiste en lograr la finalidad más valiosa que nos proponemos en una etapa de nuestra vida, o durante toda la vida. No importa la naturaleza de la finalidad. Importa que en aquella etapa, o durante toda la vida, ella es la finalidad más valiosa. Pienso que el fracaso consiste en no lograr la finalidad que, en una etapa de nuestra vida, o durante toda la vida, es la más valiosa. Pueden ser finalidades primeras, o intermedias, o últimas.
Colígese que tiene éxito quien tiene una finalidad, e intenta realizarla, y la realiza; y fracasa quien tiene una finalidad, e intenta realizarla, pero no la realiza. Quien tiene éxito puede tener una nueva finalidad que sea la más valiosa, y entonces intentará un nuevo éxito; o puede no tenerla, y entonces no intentará un nuevo éxito. Y quien fracasa puede desistir de la misma finalidad, o puede renovar el intento de realizarla, o puede intentar la realización de otra finalidad.
Nadie tiene garantía de éxito, por dos razones conexas. La primera consiste en que hay causas sobre las cuales podemos influir, y causas sobre las cuales no podemos influir. Por ejemplo, podemos influir en las causas que pueden contribuir a conservar un mejor estado de salud; pero no en las causas que finalmente provocan la muerte natural del ser humano. La segunda consiste en que hay fenómenos que son predecibles, y fenómenos que no lo son. Por ejemplo, es predecible que el Sol aparecerá mañana; pero no lo es una catástrofe natural que destruirá nuestro patrimonio.
Hay quienes temen el fracaso, hasta el grado de renunciar a la búsqueda del éxito. Ellos jamás fracasarán, precisamente porque jamás intentarán ser exitosos. Empero, debemos temer, no el fracaso, sino la negligencia en influir en las causas sobre las cuales creemos que podemos influir; o debemos temer la negligencia en adquirir el conocimiento que debemos poseer para discernir entre lo predecible y lo impredecible. La negligencia en influir sobre aquellas causas equivale a reducir el poder de propiciar el éxito. La negligencia en adquirir aquel conocimiento equivale a ignorar riesgos que pueden impedir el éxito.
La negligencia es el empleo ineficiente, imputable a un irresponsable desinterés, de los recursos de los cuales podemos disponer para actuar eficazmente. Opónese, a ella, la diligencia, que es el empleo eficiente, imputable a un responsable interés, de los recursos de los cuales podemos disponer. Emplear eficientemente los recursos es obtener de ellos el máximo producto. Y la acción eficaz es aquella que logra la finalidad que nos hemos propuesto. Es decir, la negligencia es acción ineficaz por empleo ineficiente de los recursos imputable a un irresponsable desinterés; y la diligencia es acción eficaz por empleo eficiente de esos recursos, imputable a un responsable interés.
El fracaso tiene que importar; pero tiene que importar más haber sido diligente hasta el máximo grado en que era posible serlo, porque hay una descomunal diferencia entre fracasar por negligencia, y fracasar a pesar de la máxima diligencia. Si ha habido tal diligencia, entonces, aunque el costo de fracasar haya sido cuantioso, quien fracasa no ha de sentir una humillante vergí¼enza sino una íntima satisfacción moral. Es satisfacción propicia para renovar la persecución del éxito, con aquella misma diligencia plena.
Post scriptum. Ser diligente no garantiza ser exitoso; pero ser negligente prohíbe serlo.