«Pedir cacao»


julio-donis

La expresión le sonará familiar a historiadores o a conocedores de neologismos de data criolla. El dicho es fascinante de la misma manera que lo es el fruto porque sintetiza parte de la historia no solo de esta región, sino incluso más allá como Dominicana, Venezuela, Colombia, el Soconusco de México o Ecuador. El refrán resume en si mismo parte de la formación económica y social del paí­s, y también de las localidades señaladas, porque se juntaron condiciones climático ambientales, únicas de esta parte del planeta y que solo se repiten en algunos paí­ses de Asia para el crecimiento de esta ambrosí­a; con el valor comercial y social que le daban en la América prehispánica la nobleza maya; con el aprovechamiento económico internacional que le darí­an los comerciantes castellanos, al exportar el cacao a Europa.

Julio Donis

 


Un siglo después de aquel expolio, los del Viejo Continente ya le habí­an agregado edulcorantes al fruto para convertirlo en el famoso chocolate. Con el tiempo se sabrí­a que el rico chocolate no vení­a de Suiza, Alemania o Bélgica sino de estas tierras. En tiempos de la Conquista, los enviados de la corona española conocieron el valor que los pueblos originarios le daban dicho fruto, a tal punto que el cacao era utilizado como moneda de intercambio; la bebida de cacao era una verdadera exquisitez destinada para una élite. La explotación y el aprovechamiento de otras riquezas locales como el café, la grana o el algodón dieron a la sociedad colonial guatemalteca del siglo IX la ví­a para la inserción en los mercados internacionales, y de allí­ a unos pasos para el desarrollo de un capitalismo moderno. Sin embargo, como sabemos la historia se quedó en el primer peldaño, en la fase de acumulación de riqueza del criollo que más tarde evolucionarí­a a riqueza oligárquica. Este hecho también significarí­a que las relaciones sociales, económicas, y polí­ticas serí­an permeadas por esta disociación, entre él que más acumula y él que es explotado. En el caso del café, la Guatemala del siglo IX transitó por esa contradicción que trató de explicar porqué el paí­s vendí­a el grano del café ya de manera mundial sobre la base de relaciones serviles y explotadoras del trabajador convertido en mozo colono. Pedir cacao entonces es pedir auxilio, es rogar por perdón y se utiliza para los más variados contextos. La expresión data de la época de la Colonia, cuando el cacao era sí­mbolo de poder y de prestigio que, además, daba capacidad de intercambio: los negocios se zanjaban con cacao, las cosas se pagaban con este fruto. El dicho lleva implí­cito, como sustrato histórico, la relación de dominio de la estructura sociaeconómica de aquella época, y más tarde entre el criollo y la población conquistada. Es un resabio pues de las relaciones de poder del tiempo de la Conquista y parte de la Colonia. Su perduración es una muestra del arraigo que la sociedad guatemalteca tiene de figuras y formas de dominación que se basaron en la explotación y la imposición. En tiempos actuales pedir cacao serí­a pedir que baje el precio de la gasolina, de la taza de energí­a eléctrica, que haya servicios médicos y hospitales dignos y accesibles para todos, que la educación sea calidad, que la justicia sea eficaz, es una especie de clamor nacional. Pero también piden cacao los partidos polí­ticos a sus financistas o a los medios de comunicación en época electoral; implica pues una relación de subordinación.

Por mi querida amiga Dolores Alvarado, estudiosa y apasionada de este fruto, he conocido las virtudes y los detalles tanto culturales como cientí­ficos. Por ejemplo, que las propiedades del chocolate dependen del porcentaje de edulcorante, y de la distribución proporcional que éste tenga de tres elementos, el licor de cacao, la manteca de cacao y cocoa, los tres subproductos del procesamiento de la semilla. O que en lugares recónditos como San Antonio Suchitepéquez, grupos de mujeres producen de manera artesanal un chocolate para beber que tiene poco que envidar a los que se importan de Europa. Dentro de ese fruto se guardan propiedades inimaginables que después se transforman en universos de sabores y aromas; y dentro de la historia también yacen las razones que nos recuerdan los ataví­os del presente.