Una lápida colocada sobre la última de casi un centenar de tumbas en la lejana comunidad andina de Putis puso fin a la tragedia que vivió este pueblo: la matanza de 92 campesinos a manos de militares hace 25 años, cuyos restos fueron finalmente enterrados hoy en Perú.
El sepelio de los restos hallados en una fosa común el año pasado, significó un rito doloroso y conmovedor para los familiares que al ver los féretros que eran depositados uno a uno en sus tumbas se sumergían en llanto y en los recuerdos de la masacre perpetrada el 13 de diciembre de 1984.
«Ese día perdí en total a 25 parientes, sobre todo a mi padre y mi madre, todos acribillados a balazos», relata Gerardo Fernández Mendoza, actual alcalde de Putis.
«Tenía 25 años en esa época y me quedé desamparado en el mundo sin ningún familiar; aparte de mis padres ahí murieron mis hermanos, mis primos, sobrinos y tíos», añade al precisar que pudo salvarse porque cuando llegaron los militares estaba en una comunidad vecina.
El Alcalde, quien presenció la inhumación entre sollozos, recuerda que aunque quiso abandonar Putis no lo pudo hacer «por falta de dinero y porque no tenía ningún pariente que me pudiera acoger». Ahora es Alcalde de su pueblo.
Distinta suerte corrió Aurelio Condori Curo que perdió en la matanza a su madre y tres hermanos. í‰l prefirió abandonar la comunidad no sin antes ser detenido y torturado, acusado de apoyar a la guerrilla de Sendero Luminoso.
«Estaba en el campo dando de comer a mis ovejas y sólo escuché disparos a lo lejos; al regresar los militares me llevaron al cuartel y me torturaron dos días, acusándome de terrorista; luego me llevaron a Ayacucho y me siguieron torturando cuatro días más hasta que me soltaron», dice.
Condori Curo ha vuelto a Putis 14 años después de haber vivido en la selva y la ha encontrado despoblada y sumida en el olvido.
Enclavada en medio de las alturas del departamento surandino de Ayacucho, sobre los 3.500 metros de altitud, en medio de cerros pedregosos, la comunidad tiene aspecto fantasmal con apenas cuatro a cinco casas precarias.
Putis era el centro de ocho comunidades donde vivían unas 2 mil personas hasta antes de la matanza. Pero ahora no hay más de 300 personas en las comunidades, refiere el alcalde Fernández.
Hace pocos días, los dirigentes de las comunidades campesinas decidieron que la vecina comunidad de Rodeo pase a ocupar lo que era Putis.
«Tenemos muy malos recuerdos, por eso nos vamos a concentrar en Rodeo», explica Marina Quispe, cuya hija Rita de 10 años fue asesinada por los militares. Las tumbas están en un cementerio de Rodeo.
Casi todos huyeron por la violencia en que estaban envueltos en medio del fuego cruzado de la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso y de los militares que los combatían.
La situación es complicada hasta ahora porque los campesinos se quejan de la ausencia del Estado en lo relativo a la seguridad, lo que permite que por esa comarca circulen traficantes de drogas.
El entierro se desarrolló en medio de cánticos propios de los Andes de Perú, entonados en idioma quechua, la lengua de los antiguos peruanos. Del total de 94 ataúdes sólo 28 tenían identificación, mientras los restos de las otras 64 víctimas no pudieron ser identificados.
De los 92 cuerpos hallados, 20 corresponden a mujeres y 48 son de menores de edad. De ellos 38 son niños y niñas menores de 10 años, precisó el Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC).
Los campesinos fueron engañados por los militares: se les dijo que hicieran una excavación para construir una piscigranja, pero luego fueron asesinados y enterrados en el mismo hoyo que cavaron, concuerdan sobrevivientes.
La exhumación de los restos se inició a fines de mayo de 2008 tras descubrirse la fosa común más grande hallada en Perú.
Grupos de derechos humanos han denunciado que el ministerio de Defensa no colabora con la justicia para dar con los autores de la matanza, que se mantienen en la impunidad.
La guerra interna de las dos últimas dos décadas dejó 69 mil muertos y desaparecidos, según la Comisión de la Verdad de Perú.