Payasos


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No, no voy a hablar de algunos políticos, ni de algunos deportistas o dirigentes deportivos. Voy a referirme a los genuinos profesionales de la risa, a esos personajes que en nuestra niñez veíamos solo en los circos y a algunos no les daban risa, sino que miedo.

Como decía, los payasos antes solo eran accesibles en la pista circense.

Mario Cordero Ávila


Sin embargo, ahora se ha popularizado la profesión y los encontramos en otros lados: en las piñatas, en los semáforos, en las camionetas de transporte público. Cuando era niño, recuerdo tan solo una piñata con un payaso, y eso porque era amigo personal de la familia del cumpleañero. También había payasos en la televisión en los programas infantiles.

Ahora los payasos han ido ganando terreno, no solo en las fiestas infantiles sino que en todos lados. Pero especialmente se han ido posicionando del negocio de las piñatas, a tal punto que el payaso se ha vuelto el personaje principal de estos eventos, desde que monta su “show”, hace dinámicas, coordina la apaleada a la piñata y, finalmente, convoca para cantar alrededor del pastel. Tras comer el chuchito que ofrecen en la fiesta y cobrar, se va, teniendo cuidado de no quitarse el maquillaje ni la peluca hasta que ya salió por completo del lugar de la fiesta.

Pero estos payasos son realmente detestables. Más que risa, lo que dan casi siempre es terror, porque hacen participar a todos con la amenaza de que el que no aplauda pasará a bailar. Incluso, entre el público nombra a uno de los invitados como “comisario” y hasta le da un pito, el cual debe sonar cuando note que alguien no está aplaudiendo. Tanto así que le dice: “Si a usted le cae mal alguien, aproveche y acúselo de que no aplaude”. Entonces, bajo esta coacción, los adultos aplauden de mala gana.

Ya advertidos todos, llama a niños para un concurso; usualmente de baile, para lo cual pide igual número de niños y de niñas, por aquello del discurso de género. Pero como casi siempre el payaso es hombre, siempre saca a relucir el machismo, diciendo: “Acá los niños van a ganar, a como dé lugar”. Un ayudante del payaso pone música para bailar. Y aunque se trate de niños de 6 o 7 años, les ponen canciones como “Gangnam Style”, la canción de moda de ahora, aunque en años anteriores les han puesto la reagguetonera de “La gasolina” o “La mesa que más aplauda” o “La Macarena”. Sea cual sea la canción, los niños empiezan a contorsionarse como adolescentes en discotecas, incluso haciendo los pasos de baile que hacen en los videos.

El payaso, mientras tanto, empieza a hacer bromas con los niños, pero no para hacerlos reír, sino burlándose de ellos. También usa este recurso en los padres de familia que se quedaron anclados en su silla y aplaudiendo, amenazados con la posibilidad del baile. Y los clichés relucen en el payaso. El papá que tiene gafas oscuras, lo denomina como “El Narco” o “El Alcalde”, y si hay adultos atrás los denomina “Los Guardaespaldas”. Empieza a hacer bromas como: “¿Quién es el papá de este niño?”, y cuando el padre levanta la mano, le dice abusivamente: “¿Está seguro que es el papá? ¿Ya se hizo la prueba de ADN?” y chistes por el estilo, siempre en doble sentido. Si alguien llega tarde, le canta la canción de la tortuga, y otras patanadas por el estilo.

Mientras tanto, los niños sentados que no pasaron a bailar, o los ya eliminados del concurso, se aburren y poco a poco se empieza a ir a correr por allí o a jugar, quedándose únicamente los adultos como bobos, aplaudiendo por temor a pasar a bailar.

Llega el final del concurso, y a veces el payaso quiere pasarse de gracioso y darle el primer premio a quien él consideró más simpático, o el hijo de El Narco, como él le denominó, y todavía argumenta: “Si no gana este niño, me rocían con AK-47”.

Para ser sinceros, el espectáculo de los payasos en las piñatas se parece mucho a la sociedad guatemalteca. Un político-payaso nos mantiene a raya a pura amenaza de hacernos pasar ridículo en caso no hagamos lo que él quiera. Y así permanecemos nosotros impávidos, inmóviles, sin hacer nada, y el payaso haciendo lo que quiere, incluso insultando y amañando los concursos. Y lo peor de todo es que al final le pagan y hasta le terminan aplaudiendo, mientras que usted termina escuchando un reagguetón que no quería oír. Y el payaso se va en su carro, convencido de que fue un buen día, sin notar que no entretuvo a los niños y solo causó molestias entre los padres.

Es cierto, le dije que no iba a hablar de políticos, pero la comparación caza a la perfección.