El pasado viernes, aguardando el nacimiento de nuestro nieto común, Fabián Marroquín Saravia, Francisco Saravia me comentó la dramática experiencia vivida por un trabajador de una finca en la Costa Sur, cuyo hijo fue mordido por una serpiente Barba Amarilla sin que en los hospitales nacionales de toda la región pudiera encontrarse el antiofídico correspondiente para tratarle. Trasladado inmediatamente al hospital cercano, en Tiquisate, el niño empezó a sufrir la notoria hinchazón de la pierna y los médicos se vieron obligados a ordenar su traslado al nosocomio de la cabecera municipal de Escuintla con la idea de que allí le podrían aplicar el antídoto para el veneno.
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Pero en ese otro hospital tampoco había existencia del medicamento, ante lo que el padre angustiado le preguntó a uno de los galenos que le atendían qué la podía ocurrir a su hijo y la respuesta lacónica fue que podía morir. Angustiado, el trabajador empezó a buscar ayuda y así fue como se comunicaron con Chico, quien se movilizó buscando el antiofídico en el sistema nacional de salud, pero la respuesta en todos lados fue negativa. Le indicaron que talvez en los centros de salud de la costa se podría encontrar, pero en los que obtuvo respuesta le dijeron que como era fin de semana no podían atenderle.
Por lo que se pudo comprobar, no se puede conseguir fácilmente el antídoto para las mordeduras de serpiente y en los hospitales privados generalmente no lo tienen o, si acaso, tienen mínimas dosis. El caso es que moviendo cielo y tierra al final se pudo conseguir lo suficiente para salvar al niño de una muerte que, según le dijo el médico al padre angustiado, era inminente.
No puede entenderse cómo es que en un país como el nuestro y, especialmente, en la Costa Sur donde hay tanta abundancia de culebras, los centros asistenciales no dispongan de suficientes dosis de antiofídico para atender las emergencias. Hasta donde entiendo, se trata de un medicamento caro, específico para cada tipo de ofidios y que, además, hay que preservar en condiciones especiales y tiene rápido vencimiento. Todo ello es lo que sirve para que en los hospitales nacionales expliquen por qué es que no disponen del antídoto para tratar a quienes sufren de algún percance, corriente en esas latitudes y en el tipo de trabajo que se realiza en el campo.
Cuando Chico me iba comentando las angustias que pasó buscando el medicamento y el drama de la familia, no pude sino pensar en lo que se gastan en babosadas los funcionarios, lo que se embolsan en la compra de medicinas por las jugosas comisiones que hacen del ministerio de Salud una de las plazas más cotizadas porque desde hace años que allí hacen micos y pericos con el dinero público y son muchos los que se han enriquecido con sucios negocios. Siempre he pensado que la corrupción en países como el nuestro, con tantas necesidades y tanta pobreza, más que un pecado es un crimen de lesa humanidad y me lo demuestra este caso en el que un niño estuvo a punto de morir por la falta de un sencillo antiofídico. Y mientras el padre sufría y sus amigos lo trataban de ayudar, la cuenta de algún ministro simplemente siguió creciendo.