Paseo en barco por el Amazonas atrae el turismo


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La luz se refleja sobre el Río Solimoes, proyectando el verde follaje de la selva tropical del Amazonas sobre la superficie acuática. El paisaje a un lado del barco Almirante Barbosa roba el aliento, pero casi nadie a bordo presta atención.

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Por JENNY BARCHFIELD MANAOS / Agencia AP

La mayoría de los pasajeros descansan en decenas de hamacas colgadas en las vigas de la embarcación, adormilados por el vaivén, el sonido de motor y el clima tropical.

Embarcaciones como el Almirante Barbosa son las arterias en la región amazónica de Brasil, donde transportan pasajeros y víveres que van desde arroz a pañales, entregándolos a las remotas aldeas en las riberas, inaccesibles por cualquier otra vía.

También son una gran forma para que los aficionados al Mundial en la remota ciudad amazónica de Manaos tengan un breve escape hacia la jungla entre los partidos.

Los pesados barcos de madera van a un paso lento —el «Almirante Barbosa» se mueve a unos 20 kilómetros por hora— y los viajes pueden alargarse por días e incluso semanas.

Mientras la mayoría de los turistas opta por los botes de velocidad en sus jornadas a la selva, el viaje en barco por el río puede darle incluso a los turistas mundialistas con apretada agenda una probada de la auténtica vida en el Amazonas.

Erigida en el corazón de la selva más grande del mundo, donde las aguas color ónix del Río Negro y las lechosas corrientes del Solimoes se juntan para formar el inmenso Amazonas, Manaos es sede de cuatro encuentros de la Copa del Mundo, incluyendo el partido del miércoles entre Camerún y Croacia.

Decenas de barcos parten diariamente desde Manaos a destinos tales como Belém, a unos mil 300 kilómetros al este, o a Sao Gabriel de Cachoeira, 860 kilómetros al oeste, a lo largo de la corriente principal del Río Negro y cerca de la frontera con Colombia.

Alrededor del puerto, trabajadores con altoparlantes anuncian los destinos de sus embarcaciones y las múltiples escalas a lo largo del trayecto. Obreros vistiendo sombreros que semejan turbantes van de un lado al otro de los muelles con grandes cargas sobre la cabeza, las superficies planas de los sombreros les ayuda a balancear bultos impresionantes — costales de frijol, azúcar, grandes pencas de bananas, botellas de cerveza.

Manacapuru, a unos 79 kilómetros río arriba del Solimoes desde Manaos, es uno de los mejores destinos para un sencillo viaje de un día — y el boleto cuesta apenas 11 dólares. No hay mucho que ver en el pueblo, pero el trayecto de seis horas es impresionante. Además, Manacapuru está entre los pocos destinos a los que se puede llegar en auto, por lo que un viaje de 65 dólares de taxi puede devolver a los turistas a la ciudad en una hora.

Los viajeros harían bien al abordar mucho antes de la hora de partida programada y llevar una hamaca. Los puestos en el mercado Adolpho Lisboa de Manaos, frente al puerto, y una fila de tiendas detrás del mercado, tienen hamacas para todos los presupuestos, desde los cinco hasta los 100 dólares.

Los viajeros sin hamacas sufrirán para encontrar un lugar donde sentarse a bordo, y la competencia por territorio dentro del barco puede ser despiadada. En el generalmente atiborrado bote, las hamacas cuelgan de las vigas de madera y muchas veces en filas de hasta tres, una encima de la otra cual literas, donde los adultos ocupan los niveles inferiores, dejándole a los niños las hamacas más altas.

Los alimentos están incluidos en el boleto del pasaje, pero no es precisamente un despliegue de variedad gastronómica: Cada día, hay pan y café de desayuno, seguido de pollo, arroz y fideo blanco de almuerzo y cena. La otra comida disponible a bordo son las papas y galletas en la pequeña cafetería de la embarcación.

Mientras cae el ocaso, se desvanece el estupor colectivo y los pasajeros se reúnen en las barandas para ver la puesta del sol jugar sobre el agua y ver pasar las casas flotantes bares y tiendas generales de las comunidades de la ribera. Los hombres le dan un sorbo a una fría cerveza mientras las mujeres platican y persiguen a sus hijos. Los menores son amamantados y mecidos hasta dormir por el suave vaivén del barco.

«He estado haciendo este viaje por dos meses durante tres años, y tengo la opción: tomar la lancha rápida que me lleva a donde necesito en cuatro horas, o pasar 18 horas en el barco de río», dijo Marina Vieira, una bióloga de 28 años conduciendo una investigación de campo en una remota comunidad del Solimoes. «Siempre, siempre elijo el barco de río».