La pala de excavadora saca kilos de tierra y restos humanos de entre las ruinas de un supermercado en el centro de Puerto Príncipe y varias decenas de personas se precipitan sin dudar bajo las piedras para ver si encuentran comida o algo de valor que puedan revender.
Una semana después del sismo que devastó la capital haitiana, los saqueos se han multiplicado y la tensión entre la policía local y los ladrones, a menudo gente con hambre que busca algo de valor para comprar comida, va en aumento.
Las bandas de jóvenes conocen de memoria las ruinas de esta calle comercial y aguardan que la excavadora extraiga tierra para acceder a los pisos inferiores de las casas derrumbadas.
«Cuando me den de comer dejaré de robar», dice, desafiante, Vicent, un fornido joven enmascarado que se adentra sin miedo entre las ruinas de un banco con la esperanza de salir con un tesoro.
Este haitiano vive en la calle desde hace una semana junto a su familia porque su casa se vino abajo con el terremoto y asegura no haber recibido más que unas galletas y agua de los camiones de ayuda internacional.
«Cuando se tiene hambre, se es pobre y nadie ayuda, hay que robar», zanja.
«Nadie nos está ayudando. Esperamos horas para recibir un litro de agua o un pedazo de chocolate de un camión de la ONU», corrobora otro de sus compañeros sin querer identificarse.
La policía haitiana intenta al mismo tiempo alejar a los ladrones, proteger a los propietarios de las casas que intentan sacar sus pertenencias, dar acceso a la excavadora que va y viene con sus kilos de escombros y orientar a los bomberos que acuden a apagar un fuego provocado por los saqueadores.
El caos en la calle es total.
Con la pistola preparada en la mano uno de los oficiales no puede evitar un gesto de desesperación.
«Disparamos al aire para ahuyentarlos pero hay bastante gente armada. Detenemos al que vemos robando pero tenemos que liberarlo al cabo de una hora o dos. No hay comisaría, no hay prisión», afirma, sin querer decir su nombre.
A pocos metros de él, un grupo de mujeres se hunde con decisión en las ruinas de un comercio obligando a la excavadora a detener su trabajo.
El hedor a putrefacción que brota de los escombros no parece intimidarles y son decenas buscando afanosamente entre las ruinas, sin miedo a que el suelo que pisan ceda y queden atrapadas.
Minutos después, de las piedras salen botellas de whisky, cigarros y algún perfume que las mujeres se reparten rápidamente.
«Vamos a revenderlos y a comprar un billete de autobús para marcharnos de la ciudad», explica Nadí¨ge, escondiéndose de las cámaras y huyendo rápidamente de los agentes de la policía.
En numerosos edificios del centro de Puerto Príncipe que ya fueron inspeccionados por los equipos de rescate las palas han empezado a retirar escombros y a limpiar ruinas peligrosas para los habitantes.
Cuando la excavadora se dirige a un banco cercano, decenas de personas aguardan a pocos metros, soñando con encontrar dinero entre las piedras.
«Si hay dinero, mejor nos lo llevamos nosotros. Si no, va a acabar en la basura», bromea Pascal, al que no parece importarle la visión de un cadáver desnudo y descompuesto a pocos metros.
En la misma calle, otros jóvenes proponen a cualquiera que pase su botín del día: lámparas, radios para el automóvil, cremas de belleza, ropa y libros usados.
Ajena a los ladrones pero tensa, una patrulla de cascos azules brasileños fuertemente armados se concentra en garantizar el trabajo de las excavadoras que van derrumbando las casas.
«Nuestra misión aquí es garantizar que las máquinas trabajen. Los ladrones son problema de la policía haitiana», afirma uno de ellos.