Partidos polí­ticos por suscribir Código de í‰tica


Entre los objetivos se incluye una declaración por la no violencia, respeto a los derechos humanos, erradicación de la corrupción e impulsar una campaña de respeto y de altura.


Julio Donis

Sociólogo.

La búsqueda de un comportamiento ético en la polí­tica parece un esfuerzo complejo en medio de una tremenda debilidad institucional, pobre arraigo de los partidos, preeminencia de figuras que se perpetúan sobre idearios que no existen y una distribución del poder poco incluyente. Es de aceptación común pero no por ello legí­tima, el uso de los partidos polí­ticos como plataformas para procedimientos y conductas cuestionables en detrimento de la polí­tica; sin embargo en Guatemala la polí­tica se juega en dos mundos paralelos, uno institucional y otro informal, en el segundo pareciera ser donde se resuelven todas las cosas. Es en medio de este panorama que la aspiración de represtigiar el ejercicio de la polí­tica, se convirtió en una razón fundamental por las que los partidos polí­ticos de Guatemala tomaron el reto de agremiarse de forma permanente hace cuatro años en el Foro Permanente de Partidos Polí­ticos.

El descrédito de la polí­tica

La exposición que sufre la polí­tica y de manera especial los partidos polí­ticos, es casi la norma en estos dí­as a partir de cuestionamientos de corrupción en sus diversas modalidades, hasta comportamientos que son completamente adversos al original ejercicio de la polí­tica. En otras palabras, nos hemos acostumbrado a un comportamiento indecente de dicha actividad a tal nivel que no nos detenemos a cuestionar los por qué, las razones, y además asumimos y damos por descontado que dicha conducta es exclusiva de los polí­ticos, sobre todo en la esfera de lo público.

Sin embargo, el deterioro del buen comportamiento es en todos los ámbitos de la sociedad, no sólo hay una «crisis ética» en la polí­tica, la crisis de los valores no puede ser sólo de una parte, no puede ser sólo de los polí­ticos o de la polí­tica, el conflicto es de la sociedad en su conjunto. La pregunta que cabe es ¿por qué hay más atención en la degradación que sufre la ética en la polí­tica, en sus instituciones y en las personas que se dedican a esta respetable labor? No es fácil responder a esta cuestionante porque como todo escenario social, la complejidad es multivariable y para poder hacer el ejercicio de llegar a la abstracción que pueda facilitarnos la comprensión de la pregunta planteada, debemos asumir como mí­nimo que el abordaje puede ser a la inversa, es decir comprender que hay problemas de ética en el conjunto de la sociedad y que la ética polí­tica es solamente un reflejo de una más totalizante.

Hago una acotación pertinente a medio camino; el objetivo de esta argumentación es presentar un debido contexto a lo que pretendo realzar, es decir una justa comprensión del mundo de la polí­tica y de forma particular, una reflexión general del contenido del instrumento llamado Código de í‰tica Multipartidario Permanente que en fecha próxima lanzarán los partidos polí­ticos.

Retomando, una primera razón a la pregunta planteada se puede encontrar en la noción axiológica que socialmente se le adjudicó y se le sigue haciendo al liderazgo del pasado. Me explico, los lí­deres de antes eran carismáticos, representaban a fuertes movimientos sociales y polí­ticos, hubo sacrificios personales que les llevaron incluso a convertirse en mártires y de ahí­ a héroes; en suma, eran personajes que representaban y encarnaban a propuestas polí­ticas con un sustento ideológico basado en valores, que interpretaban la sociedad de manera particular y que fraguaron guerras y edificaron naciones por aquellos valores.

Con el tiempo, aquella forma de hacer polí­tica le dejó paso a la polí­tica contemporánea, la polí­tica pragmática, la que no necesita de conquistar el escenario de las batallas sociales, económicas porque hay otras alternativas y otros actores que quizá lo hagan con mayor efectividad. En suma cada vez más se fue relativizando la importancia del héroe o de aquel ciudadano impecable que se convertí­a en el lí­der de su pueblo, para darle paso a caudillos con ideas «prácticas», «soluciones» y «promesas divinas» para la reparación completa de la problemática nacional.

En la cultura socialmente construida, la noción de aquellos «valores» que demostraban un comportamiento impecable de personajes con una coherencia sólida entre postulados y práctica, se sigue reclamando y esperando encontrarlos en los lí­deres de hoy, esperanzas que se topan con el dramatismo de que quizá la polí­tica ha quedado diluida entre otras disciplinas, luchando por volver a sobresalir. Ese afán se enfrenta a un escenario multiforme con sociedades que cambian a un ritmo exponencial con influencia de una infinidad de culturas, que readecuan la conducta de las personas cada poco; a la imposibilidad de emprender un plan de nación porque los estados-nación están inevitablemente dependientes de planes más totalizantes, de grandes conglomerados regionales y mundiales. Es en medio de este panorama como las sociedades reclaman, paradójicamente pero con justificación, valores, conductas que postulen la verdad e instituciones coherentes. Pero lo que tenemos hoy son lí­deres que prometen haber encontrado la verdad y poco crédito para el que pone valor en la búsqueda de la misma, en sentido contrario de lo que aconsejara André Gidé, cree en aquellos que buscan la verdad y duda de los que la han encontrado.

Una segunda razón

Una segunda razón que se destaca para comprender el descrédito de la polí­tica y de sus practicantes está relacionada con la primera, la sociedad se aleja de la polí­tica. La modernidad y los acelerados transcursos de cambio tecnológico, han hecho que la polí­tica se torne más técnica en las decisiones y en los procesos de ésta para con las personas; a éstas se les hace más difí­cil cada dí­a participar en una actividad polí­tica porque es más cargada de complejidades técnicas. Un claro ejemplo de esto es el efecto ascendente de la videopolí­tica, cada vez se ve más al lí­der en quince segundos de televisión y menos en un discurso de cara a una multitud, sosteniendo argumentos.

A esto agregarí­a que en sociedades como la guatemalteca, los valores de la moral cristiana, representan fuertes sustratos en ejercicios de auditorí­a social del colectivo con señalamientos de lo que debe ser un «buen comportamiento».

En resumen de esta primera parte, dirí­a que ciertamente la corrupción, el aprovechamiento personal de los cargos públicos, etc. son situaciones que han acompañado a la polí­tica a lo largo de mucho tiempo. El ámbito de lo público supone mayor vulnerabilidad, es decir se nota más y está sujeta al escrutinio social permanente, aunque supone mayor responsabilidad porque están en juego colectivos sociales. El nivel de descrédito de la polí­tica, de los polí­ticos y de los partidos polí­ticos alcanza niveles sin precedentes y por lo tanto le urge a la sociedad, y a todos los actores volver al reencuentro de aquella, asumiendo con altura y madurez posiciones y valores ante la realidad, así­ como los costos polí­ticos que ello signifique, porque el beneficio debe ser colectivo.

Un Código de í‰tica

Dicho lo anterior, brevemente realzo el simbolismo polí­tico que puede tener para los partidos polí­ticos de Guatemala, en la antesala a la convocatoria oficial para la campaña electoral, el lanzamiento de un instrumento que reúne una serie de compromisos que aluden a la ética o a la moral, pero que en mi opinión contribuye al encauzamiento del sistema de partidos polí­ticos hacia una mayor fortaleza institucional.

Sobre el análisis del instrumento, destaco tres cosas. La primera sobre su contenido. Lo que se encuentra al analizarlo son propuestas de gran madurez polí­tica que se exponen públicamente a la sociedad, lo cual en sí­ mismo tiene un valor. En general hay compromisos en materia del sistema democrático; respeto a los Derechos Humanos; una declaración por la no violencia; erradicación de la corrupción, un capí­tulo especial sobre una campaña electoral de respeto y altura, un artí­culo que realza la verdad en el discurso y la práctica, y uno sobre la promoción y motivación a la participación y el control ciudadano.

Segunda cosa, la voluntad que aparentemente hay en los lí­deres de los partidos polí­ticos de asumir de manera voluntaria los compromisos del Código, representa una señal positiva para la población, lo que constituirí­a el inicio de un mejor relacionamiento entre sociedad y partidos polí­ticos.

Y tercera cosas, el carácter multipartidario que presta la posibilidad de que el cambio conductual y de comportamiento se agilice en la organización de la militancia partidaria así­ como en los simpatizantes.

Termino aludiendo a Pessoa y proponiendo luchar contra la mentira:

Cuando quise quitarme el antifaz, lo tení­a pegado a la cara. Cuando me lo quité y me miré al espejo, ya habí­a envejecido.

«Cuando quise quitarme el antifaz, lo tení­a pegado a la cara. Cuando me lo quité y me miré al espejo, ya habí­a envejecido», Pessoa.