«Nací en Francia pero parece que no soy demasiado francés porque no me llamo Pierre, Paul ni Jacques», afirma Said Bennajem, de origen marroquí y piel mate, y doble campeón de boxeo de Francia, en un debate sobre la «identidad nacional» promovido por el gobierno.
«Este debate me incomoda», sostuvo este ex atleta de 41 años de padre marroquí, que integró el equipo francés en los Juegos Olímpicos de Barcelona-92 y que dirige la asociación Boxing Beats, uno de los más importantes clubes de boxeo de Francia, ubicado en Aubervilliers, suburbio popular del noreste de París.
Bennajem fue uno de los ocho panelistas que habló a las 50 personas que asistieron a un debate supuestamente público al que habían sido invitadas 400 y que se celebró esta ciudad de la periferia parisina que desde el siglo XIX ha recibido oleadas de italianos, españoles, magrebíes y asiáticos.
No ve con buenos ojos el debate lanzado por el gobierno del presidente francés de derecha Nicolas Sarkozy, pues cree que el objetivo es «sacar votos» a dos meses de las elecciones regionales y teme que la iniciativa tenga consecuencias mayores: «que los extranjeros sean señalados con el dedo».
«Tengo miedo que mis hijos tengan miedo en el futuro», asegura antes de recordar la emoción que muchas veces sintió al escuchar la Marsellesa, el himno nacional de Francia, tras un victoria deportiva.
El ministerio francés de Inmigración e Identidad Nacional, que lanzó este debate a fines de octubre indicó que éste «responde a las preocupaciones por el resurgimiento de determinados comunitarismos» y que el objetivo es «reafirmar los valores republicanos y el orgullo de ser francés».
Deportistas, intelectuales, empresarios y responsables gubernamentales locales expusieron sus puntos de vista en un debate de aspectos múltiples.
Francia fue «tierra de inmigración» desde el siglo XIX, primero por la baja natalidad y luego de la Segunda Guerra Mundial por la necesidad de mano de obra, recordó el historiador francés Serge Berstein.
«La identidad nacional no es un tema de debate. No se plantea en mi oficio porque todos trabajan juntos», afirmó Francis Dubrac, responsable de una empresa constructora que su abuelo, nacido en el interior de Francia, fundó en 1923 y que emplea a jóvenes de la localidad.
«Nunca escuché en mi empresa que alguien dijera «de dónde vienes» o «quién eres»», aseguró Dubrac, cuya empresa se ha basado en el valor del conocimiento que los inmigrantes llegados a Francia en los años 60 transmitieron a sus hijos.
Berstein defendió la noción de «identidad nacional» como una «vivencia, antes que una teoría, que se pone en práctica todos los días sin tener que justificarla» y que «no es excluyente de otras identidades».
«Es un debate necesario aún si es sorprendente que en Francia siempre se mire negativamente lo que no es francés», opinó Abdel Aissou, un exitoso empresario nieto de un argelino, y para quien «la virtud» de este debate «sería aceptar la diferencia como una riqueza».
El sentimiento de pertenencia a una comunidad pero también a una nación fue el denominador común del debate donde acentos, apellidos y rasgos ilustraban por sí solos la diversidad y también la historia de Francia.
«Si la identidad nacional es la lengua, en Costa de Marfil, la lengua nacional es el francés como resultado de la colonización», afirmó Janine Bate, que pidió a las autoridades que favorezcan una «mayor integración porque tenemos mucho que decir y que aportar».
Maiga Arboncana, un malí de 65 años criado en Francia, explicó que «habría preferido un debate sobre la ciudadanía y no sobre la identidad nacional» y con humor e ironía puso el broche final al debate en el que varias voces apelaron a un «deber de memoria en plural».
«En la escuela, de pequeño, me enseñaron que mis ancestros eran los galos, que eran grandes, rubios y de ojos azules, y entonces vine a Francia en busca de ellos», concluyó este profesor jubilado que dirige una asociación juvenil.