No cabe ni jerónimo de duda que el presidente venezolano Hugo Chávez está delirando. Razón tiene el pelotón de columnistas de todas las edades, géneros e inclinaciones sexuales que han soltado su ira contra el mandatario de aquella nación sudamericana.
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Imagínese usted cómo se le puede ocurrir a ese gobernante afirmar que sus servicios de inteligencia han olfateado que se prepara una siniestra trama para terminar con los días del más odiado Presidente latinoamericano, cuando arribe a Guatemala a participar en la transmisión del mando, es decir, antes, durante o después que el estadista í“scar Berger entregue el poder al presidente electo ílvaro Colom.
Sólo mentes enfermizas como las del dictador Chávez están en capacidad de creer que en Guatemala pueda ocurrir un atentado criminal en su contra, cuando todos los habitantes del Universo están conscientes de que en nuestro pacífico, armonioso y edénico país nadie, absolutamente nadie, se atreve a levantar la mano contra alguno de sus semejantes.
Si algún perverso tuviese la osadía de pretender arrebatar un teléfono celular a un compatriota, por ejemplo, inmediatamente las no menos audaces fuerzas de seguridad caerían sobre el desventurado pretendiente a criminal. Menos aun que otro sujeto de dudosa categoría moral intente darle muerte a otro guatemalteco o a algún turista despistado. ¡Cómo es posible que pueda ocurrir semejante insensatez!
Pero supongamos muy lejanamente que alguien se atreva a robarle a un guatemalteco o arrebatarle la vida con arma blanca, de fuego o a puros tetuntazos, para eso están los elementos de la Policía Nacional Civil a fin de iniciar de inmediato las pesquisas del caso, para perseguir y capturar al o los sospechosos, y luego de que los fiscales del Ministerio Público presenten las pruebas del caso en juicio oral y público, los jueces y tribunales de justicia no se tientan el alma para mandar a la cárcel a los responsables de cualquier delito.
Si no vea usted lo que ocurrió en torno al caso de los cuatro salvadoreños que, como algo insólito en la pacífica vida de Guatemala, tuvieron la mala fortuna de haber sido ultimados, presumiblemente por agentes de la heroica PNC. El hecho de que tres de esos cuzcatlecos hubiesen sido diputados al Parlamento Centroamericano es una mera jugada del destino, porque los habitantes del vecino país vienen a disfrutar de la tranquilidad que casi nos agobia, sin que les ocurra algún incidente criminal, como tampoco les sucede a los guatemaltecos que visitan El Salvador.
Naturalmente que no faltan extranjeros malintencionados que se encargan de sembrar cizaña entre la comunidad internacional con sus absurdas declaraciones públicas, tal como uno de los relatores que nos ha enviado la ONU, el doctor Philip Alston, quien sin ninguna evidencia a la mano se atrevió a afirmar que Guatemala es «el país ideal para cometer el asesinato perfecto». Pero esa es sólo una voz que se pierde en el desierto de quienes nos califican de ser una nación en la que la administración de justicia es paradigmática y que los órganos de seguridad son el símbolo de la honestidad y calidad investigativa.
¡Ahh!? ¡pero tenía que ser el enemigo de la democracia, de la libertad y de los sagrados valores occidentales heredados de Estados Unidos y trasplantados a Latinoamérica! el que lanzara tan aventurada sospecha, y de paso, señalar como uno de los autores intelectuales del complot contra su vida, al misericordioso Luis Posada Carriles, el dulce anciano que se encargó de explotar una bomba en un avión comercial con decenas de personas a bordo y posteriormente intentó colocar una bomba en Panamá cuando se realizaba una de las cumbres hispanoamericanas, para asesinar al líder cubano Fidel Castro.
Pero eso fue en Panamá, donde los demonios andan sueltos; pero nunca podría acaecer en Guatemala, y de ahí que tengan razón las hordas de columnistas que han criticado al paranoico presidente venezolano y defendido al turismo, el folclore y la seguridad democrática que felizmente disfrutamos.
(Romualdo Zozpechozo comentó que a cierto columnista neoliberal le dijeron confidencialmente que su mujer lo engañaba con su mejor amigo. El formador de opinión y excelso antichavista, llegó a su casa, tomó una pistola y mató a su perro).