Una noche tibia nos conocimos junto al lago azul de Ypacarai.
Tú cantabas triste por el camino viejas melodías en guaraní.
Y con el embrujo de tus canciones iba renaciendo tu amor en mí y en la noche hermosa de plenilunio de tu blanca mano sentí el calor que con sus caricias me dio el amor.
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Camino por calles silenciosas, es fin de semana y los paraguayos parecen haber olvidado el centro de Asunción, mientras festejan a San Juan y el calorcito que deja estos días, como un paréntesis, en una época en la que el sur saca bufandas, botas, gorras y abrigos.
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Las casonas viejas, coloniales, añorantes, el blanco y bello edificio en que labora Lugo y el Museo del Ferrocarril parecen parte del cuento de La Bella Durmiente. A penas al anochecer cuando titilantes van encendiéndose poco a poco los faroles en las calles el panorama cambia, los guaraníes sonrientes y amables brindan con Pilsens frías en los bares, cantan en coro en un parque ayudados por un altoparlante y muestran artesanías de cuero labrado en la feria.
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A lo lejos alguien acaricia un arpa y vuelan notas con poemas inmersos en el campo, la lluvia, el cielo y el barro que se transforma al calor de manos que forman y del fuego.
Las horas transcurren y al reflejarse el sol en el río Paraguay que recorre un costado de Asunción, los kioscos en las calles cobran vida. Como envidio esos oasis en calles y avenidas, tapizados de revistas, periódicos, discos compactos y libros de bolsillo. Los transeúntes avanzan con el termo y la guampa para acompañarse de mate o tereré, mientras yo encamino mis pasos hacia las cercanías de la sierra, a buscar el lago azul de Ypacaraí, inspiración y recuerdo.
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Hay otro mundo en este mundo, colonizado años atrás por alemanes, siento a algunos de mis ancestros ahí, aunque siento más a los paraguayos en mí, qué puedo decir, no me siento sola ni extraña, esta tierra quiere. Cálidos, amorosos como dicen acá, vierten su gesto afable y fraterno en comidas exquisitas, la sopa paraguaya que no es sopa, el chipá guazú, delicado, sublime, los cascos de guayaba y el mamón en almíbar, perfectos para endulzar la sonrisa, tal y como el lago suaviza el alma.
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Me extravío entre historias y paso mis dedos entre páginas trepadas del ingenio de Roa Bastos, Halley Mora y Carlos Martiní, mientras el frío empieza a colarse y festejar el invierno.