Alexei Sinkevich está seguro: Rusia «está todavía en una primera etapa del capitalismo» y vistos desde el corazón de Siberia, los grandes discursos de los dirigentes del Kremlin sobre la diversificación de la economía o la nanotecnología parecen demasiado abstractos y lejanos.

«Tras el periodo soviético, la gente se enriqueció lo más rápidamente posible, es decir con el petróleo, el gas y los recursos forestales. El resto se está oxidando», lamentó en el garaje que le sirve de taller, donde construye chimeneas y fuentes para los jardines de las casas de los nuevos ricos.
Sinkevich garantiza que le sobran encargos aunque no puede ampliar su negocio a causa de la falta de créditos bancarios, que son demasiado caros, de los burócratas corruptos y de los políticos locales que le ponen trabas cada vez que les presenta una propuesta.
Krasnoiarsk, gran ciudad de apariencia moderna en el corazón de una Siberia que rebosa recursos naturales, resume las contradicciones de la economía rusa. Los productos manufacturados que se ofrecen en las tiendas proceden de Europa o Asia mientras el presupuesto local está alimentado por los dos gigantes rusos de la metalurgia: Norilsk Nickel y Rusal.
El problema es que una economía demasiado orientada a las materias primas, abundantes en Rusia, ya no funciona y tanto el presidente saliente, Vladimir Putin, como el que ya aparece como su sucesor tras las elecciones del 2 de marzo, Dmitri Medvedev, prometieron cambiar las cosas.
En un reciente discurso, Putin criticó «la extrema ineficacia» de la economía rusa, en particular su débil productividad y su dependencia de los hidrocarburos. Si no se hace nada, «no podremos garantizar la seguridad del país ni su desarrollo normal. Estamos poniendo en peligro su propia existencia», declaró.
Su heredero designado, Medvedev, que presentó el viernes su programa económico en Krasnoiarsk, opta por una actitud liberal, es decir «menos Estado». Los analistas se congratularon porque el político previó un futuro país apoyado en miles de pequeñas empresas y no en conglomerados gigantes.
Rusia, desde la llegada al poder de Putin hace ocho años, registra tasas de crecimiento envidiables (8% en 2007) y una gran parte de su población vive mejor que hace una década.
El aumento de los precios del petróleo tiene mucho que ver con estos resultados, aunque los analistas elogian una gestión hábil de los ingresos de las ventas de crudo.
Sin embargo, hay voces disonantes, como las de Boris Nemtsov y Vladimir Milov, ex ministro y viceministro de Energía, respectivamente, autores de un panfleto sobre los fracasos económicos de la presidencia de Putin.
«Con las oportunidades gigantes ofrecidas por los precios del petróleo, Putin hubiera tenido que modernizar el país, pero no lo hizo», lamentaron, condenando el «autoritarismo» que terminó imperando.
Para Sergei Borissov, presidente de la asociación de defensa de las pequeñas y medianas empresas (PYMES) Opora Rossii, el problema en Rusia comienza en la cabeza de la gente. «En este país nos imaginamos frecuentemente que las empresas gigantes son la locomotora de la economía, pero olvidamos que hemos adoptado la economía de mercado», subrayó.
«No creo que estemos condenados a transportar petróleo y gas, a hacer funcionar los oleoductos y a exportar acero y madera. Creo que somos capaces de producir bienes más sofisticados», concluyó.