¿Para qué complicarnos tanto la vida?


Cuando uno ve que existen personas y sectores en Guatemala con la intención de plantear cambios importantes y de fondo en la estructura misma del paí­s y contrasta tales esfuerzos con la visión más simplista de quienes creen, de manera ferviente, que la solución a nuestros males está en implementar escuadrones de la muerte que tengan garantizada la impunidad para «limpiar» al paí­s, se da cuenta que como sociedad tenemos una visión simplista que se puede resumir en el viejo dicho de que muerto el chucho se acabó la rabia.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Cualquier cambio de fondo para los problemas del paí­s requiere esfuerzo, dedicación y compromiso de toda la sociedad mediante esfuerzos que obligarí­an a buscar grandes acuerdos. Ello es complicado y si se puede concretar demanda tiempo, además de que nos obligarí­a a escarbar en nuestra propia miseria colectiva. Mucho más fácil es creer que los problemas del paí­s se resuelven de manera sencilla a la vieja usanza de la eliminación de tajo de todo aquello que pueda ser molesto, no digamos de lo que nos hace daño.

Componer el sistema de justicia en el paí­s requiere de grandes esfuerzos y obligarí­a a tocar enormes intereses que se benefician con la impunidad existente. Para qué pretender que se implemente una eficiente sección de investigación en el Ministerio Público si basta y sobra con que en algún cuerpo policial se integre un grupo de agentes con la sangre frí­a suficiente para salir a la calle a «aplicar justicia». Cuando ayer nos llegó la noticia del asesinato de dos muchachitos del Liceo Javier y vimos las fotos del carro en que iban los patojos baleados, nos impresionó la forma en que fueron emboscados. Pero más impresiona escuchar que la primera reacción de mucha gente es suponer que «en algo deben haber andado metidos, ellos o sus padres», lo que según buena parte de la población explica el porqué del caso. Ni siquiera se considera la posibilidad de que la ejecución pudiera ser resultado de una equivocación que segó dos vidas inocentes en forma brutal.

Es pavorosa la forma en que proceden los sicarios, pero aún más pavorosa es esa nuestra reacción que da por sentado que los crí­menes que ocurren son porque las ví­ctimas «en algo andaban metidas». Y es que impresiona ver que es abrumadora la forma en que nuestra población respalda las acciones de violencia, pensando que si nuestras instituciones no funcionan no queda otro remedio que el de confiar en el buen juicio de quienes deciden empuñar una arma para andar repartiendo su «justicia» a discreción.

¿Crear una CICIG que indague en nuestra realidad? ¿Confiar en que los partidos polí­ticos y sus dirigentes van a asumir un papel responsable para contribuir a la transformación de Guatemala y al fin de la impunidad? Todo ello parece demasiado complejo, demasiado trabajo y en el fondo hasta acaso imposible. Entonces mejor buscar salidas fáciles, aunque el dí­a de mañana nos terminen pasando una factura demasiado dolorosa. Lo que importa y siempre ha importado es el hoy y la ley del mí­nimo esfuerzo. Y qué menor esfuerzo que el de organizar escuadrones de la muerte para aplicar la limpieza social. Una salida simple, sin complicaciones y con la que basta que nos hagamos los locos para que todo siga funcionando sin que nadie sienta ni siquiera remordimiento.