La elección de nuevo Presidente de los Estados Unidos tiene importancia en todo el mundo por la influencia que tiene ese país como principal potencia económica y militar en el mundo, aunque evidentemente en los dos campos ha mermado parte de su poderío en los últimos ocho años por la errática conducción que asumieron no sólo en la llamada guerra contra el terrorismo, que no logró dar caza a los líderes de Al-Qaeda, sino también por el descalabro de una economía que alcanzó niveles de déficit sin precedentes.
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Sin embargo, en el caso de América Latina y muy concretamente en el caso de Guatemala, es obvio que al final de cuentas lo mismo da Chana que Juana porque cuando uno se toma la molestia de revisar el enfoque que hacen de la relación con esta parte del mundo no existen mayores diferencias y cuando uno ve el abordaje que hacen de la política migratoria, crucial para los compatriotas que viven en Estados Unidos, nos damos cuenta que son muchas más las coincidencias que las diferencias. Obviamente el estilo y el tono del ejercicio de ese liderazgo mundial cuenta mucho y posiblemente en ello existan matices porque mientras los republicanos creen en el unilateralismo y critican, siendo candidatos, el papel de foros como las Naciones Unidas, los demócratas están hablando de mayor énfasis en soluciones diplomáticas y en consenso multilateral para dar más fuerza a las acciones de la gran potencia.
Desde el punto de vista de las relaciones con países como Guatemala, podemos notar que pocas diferencias, si acaso alguna, ha habido en la relación diplomática cuando ha cambiado la tendencia política en Washington. Prácticamente desde la época de Carter, cuando se dio ímpetu y vigencia al tema de los derechos humanos en medio de la guerra en nuestro país y cuando se cometieron los mayores atropellos, tanto bajo los gobiernos de Reagan y Bush padre como durante los ocho años de Clinton y luego los dos períodos del otro Bush, la relación con el imperio ha sido exactamente igual, sin que influyera para nada el estilo distinto del inquilino de la Casa Blanca.
Siempre las mismas presiones, siempre los mismos apoyos y el mismo tono en las relaciones. Por supuesto que las afinidades ideológicas y el hecho irrefutable de que la influencia norteamericana se siente en todos lados, hace que exista un alto interés por la contienda electoral y que se siga con apasionamiento. No olvidemos cómo en Guatemala, cuando Reagan le ganó a Carter, se quemaron cohetes y se hicieron celebraciones callejeras patrocinadas por el empresariado nacional que no vaciló en hacer aportes a la campaña republicana en aquellos tenebrosos años cuando aquí se libraba la intensa batalla del conflicto armado y Carter había dispuesto restringir la ayuda militar por el tema de los derechos humanos.
No hay, en ninguna de las plataformas, un planteamiento que reconozca, por ejemplo, la responsabilidad que la demanda tiene en el tema del narcotráfico ni hay intención de abordar el tema de la migración mediante el apoyo a programas de desarrollo que arraiguen a la gente en sus países. Esas cuestiones harían un contraste y significarían que esta región empieza a ser vista con otros ojos y que los problemas de fondo pasan a formar parte de agendas compartidas.