Zeng Qinglun y su esposa, una pareja de jubilados que viven en una callejuela típica del viejo Pekín, se calientan y cocinan desde siempre gracias al carbón. Y no podrían hacerlo de otro modo.
La anciana pareja es consciente de que las autoridades chinas aconsejan la utilización del gas o de la electricidad. «Por su puesto, nos gustaría disfrutar de equipamientos eléctricos, muchos más limpios y más prácticos», dicen.
Pero, cómo pagar el gasto adicional con sus magras pesiones.
«Este lote de pedazos de carbón, que me va a permitir pasar todo el invierno, cuesta mil yuanes» (100 euros), dice Zeng, de 66 años, al tiempo que muestra una montaña de combustible apilada frente a su casita.
El equivalente en electricidad le costaría, por lo menos, dos veces más.
Su vecina, Wang Suying, también de 66 años, estaría dispuesta a consumir más gas pero señala que, de todos modos, su casa no está equipada para ello. «No podemos prescindir del carbón, ¿cómo haríamos para calentarnos?», se lamenta.
Y aunque estas personas utilizasen más electricidad, a fin de cuentas equivaldría a utilizar carbón. Y es que en China todo gira en torno a la hulla, fuente del 70% de la producción de energía del país, es decir 40% más que la media mundial.
El gigante asiático se fijó objetivos ambiciosos de ahorro de energía y de reducción de emisiones contaminantes, que por el momento no ha alcanzado.
También pretende incrementar considerablemente la parte de los recursos de enegía renovable en su producción de electricidad, para llevarla al 15% del total en el horizonte de 2020.
Las instalaciones eólicas hicieron aparición, y también los paneles solares, mientras en los ríos surgen los embalses, a veces gigantescos, como el de las Tres Gargantas.
Pekín lanzó también un vasto programa de construcción de centrales nucleares para aumentar la participación de la energía atómica a 4%, contra menos del 2% hoy en día.
Paralelamente, China se esfuerza por cerrar sus centrales términas obsoletas. Una cuestión complicada en un país que mantiene el crecimiento económico como prioridad y que no puede correr el riesgo de frenarlo por falta de energía.
Tras más de dos décadas de crecimiento descontrolado, China está a punto de convertirse en el primer emisor del planeta de gases de efecto invernadero, responsables del cambio climático. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), China podría convertirse en el primer contaminador este año.
La AIE predice también que a este ritmo China se convertirá en el primer consumidor de energía del mundo poco después de 2010, quitándole el lugar a Estados Unidos.
Sin embargo, el gigante asiático no está obligado por el protocolo de Kioto a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, al mismo título que los otros países en vías de desarrollo.
Durante la conferencia de Bali, que comenzó este lunes, Pekín no debería comprometerse más de lo que lo ha hecho hasta ahora. «La posición de China no va a cambiar, las cosas se quedarán como están», consideró Yang Fuqiang, jefe en Pekín de la organización estadounidense China Sustainable Energy Programme.