Este último mes del Señor del 2013, en el que se conmemora la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, fiesta fundamental en la cultura occidental, dedicaremos algunas notas escritas a vuela pluma, al estudio de la música de Nochebuena y Navidad, no sin antes decir que este es un homenaje de amor a Casiopea, esposa dorada, en quien mis venas vacían su sangre en sus ánforas élficas, y en donde el llanto la designa aurora apasionada y alrededor de quien giro absorto pensando en su noche de astros y en quien muero impaciente de sed y martirio.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
En tal sentido, pocas festividades han motivado tanto a los compositores occidentales como la Navidad: misas, oratorios, conciertos, entre otros, han sido dedicados a conmemorar este acontecimiento trascendental. En primer lugar, diremos que, propiamente hablando, el Oratorio de Navidad de J. S. Bach, no es un oratorio, aunque el mismo compositor haya dado a su composición este nombre.
He aquí como sucedieron las cosas: en 1734, Juan Sebastián Bach compuso seis cantatas para las seis festividades del ciclo de Navidad: para los tres días de Navidad, el día de Año Nuevo, el domingo siguiente y la fiesta de Epifanía (6 de enero). Bach mismo nunca ejecutó el Oratorio en su conjunto.
Primera Cantata: El enérgico coro que sirve de introducción: “Piadosos cánticos de alegría, himnos festivos, proclamad la gloria de Dios Todopoderoso”, se inicia con los sonidos solemnes de los timbales y las trompetas. En un coro recitativo, el tenor relata que Jesús ha nacido en un establo, pues su Madre no había encontrado sitio en la posada. Las voces de los fieles, soprano y bajo, comentan el esplendor de este descendimiento del Hijo de Dios a la tierra.
Schweitzer, gran especialista en materia de música de Bach, ha criticado severamente el aria para bajo: “¡Oh, Rey supremo y eterno, poderoso dueño de la tierra!” Es cierto que el carácter marcial de dicha aria concuerda mal con el espíritu que anima el resto de la obra.
Segunda Cantata: La cantata escrita para el segundo día de Navidad comienza con el más bello número de todo el Oratorio: una Sinfonía Pastoral, pintura musical de los ángeles que se aparecieron a los pastores alabando a Dios. Propiamente hablando, esta escena anticipa el recitativo en que se cuenta cómo el Ángel del Señor apareció a los pastores para anunciarles el nacimiento del Salvador. Las palabras del ángel están interrumpidas dos veces: la primera, por el coral: “Despunta, ¡Oh hermosa luz de la mañana!”; después por el aria “Apresuraos, alegres pastores, para ver al dulce Niño”. Bach presenta la escena como si los pastores sorprendiesen a María cantando una canción de cuna para dormir al Niño; en este momento, oímos la más noble canción de cuna de todo el repertorio musical: “Duerme, querido niño, un tranquilo sueño”. La cantata no respeta, en este lugar, la homología de la narración evangélica. Al final de cada estrofa, se intercalan fragmentos de la sinfonía que inicia la Cantata.
Cuarta Cantata: La cantata para la fiesta de Año Nuevo comienza por un coro alegre, en que las trompetas alzan su brillante voz: “Resuenen los himnos”. En el recitativo, el tenor recuerda que éste es el día en que el Niño ha recibido el nombre de Jesús. Un dúo para soprano y bajo celebra la dulzura de este nombre. La belleza de aria que sigue destinada a la soprano: “Tu más humilde criatura, la más débil y la más pobre”, contiene un efecto de eco, un poco fuera de propósito aquí, producido por una segunda voz (de moda en la época).