El papa Benedicto XVI inició hoy en Edimburgo una histórica visita de cuatro días al Reino Unido admitiendo fallos de la Iglesia para impedir los abusos sexuales a niños, que provocaron un aluvión de denuncias contra clérigos católicos en todo el mundo.
«La autoridad de la Iglesia no fue suficientemente vigilante (…), no fue suficientemente rápida y firme para tomar las medidas necesarias», declaró el Sumo Pontífice a los periodistas que le acompañaban en el avión que le trajo a la capital escocesa, primera etapa de su visita de Estado que hasta el domingo le llevará también a Glasgow, Londres y Birmingham.
«Estas revelaciones fueron para mí un golpe y una gran tristeza», agregó el pontífice alemán sobre el tema que ha marcado su pontificado iniciado en 2005.
Benedicto XVI respondió así de entrada a los grupos laicos británicos que, en vísperas de su visita, lo criticaron por su falta de reacción ante las numerosas denuncias, especialmente en la vecina Irlanda, y llegaron a acusarle de encubrir algunos casos.
El Papa debería reunirse en estos días con algunas víctimas, como pide la coalición «Protesta contra el Papa».
Ese grupo denuncia también posturas papales consideradas «retrógradas» en materia de contracepción, aborto o derechos de los homosexuales, así como el alto coste de la visita (31 millones de dólares, 24 millones de euros), la mitad o más salidas de las arcas de Estado, en épocas de rigor económico.
Otro de los grandes temas de Benedicto XVI en la primera visita de Estado de un Papa en más de cinco siglos a este país oficialmente anglicano, pero en el que la religión ha perdido peso, es la batalla contra el laicismo.
En su primer discurso, pronunciado durante el acto de bienvenida oficial que le prodigó la reina Isabel II en su residencia de la capital escocesa, Holyroodhouse, el Papa advirtió contra las «formas agresivas de secularidad».
«Hoy, el Reino Unido se esfuerza por ser una sociedad moderna y multicultural. En esta exigente empresa, espero que pueda mantener su respeto por los valores tradicionales y las expresiones culturales que formas más agresivas de secularidad hoy ya no valoran o incluso toleran», dijo.
«No dejemos que esto oscurezca el fundamento cristiano que apuntala sus libertades», agregó el Pontífice, que a lo largo de estos días debería insistir en el papel que las diferentes confesiones cristianas pueden desempeñar en una sociedad cada vez más secularizada.
La reina, jefa de Estado británica y gobernadora suprema de la iglesia anglicana, estrechó brevemente la mano de la máxima autoridad del Vaticano y de la Iglesia católica, al inicio de la pomposa ceremonia en el patio del palacio bañado por el sol.
El Papa se sometió a continuación al primer baño de multitudes en un recorrido de cinco kilómetros con su Papamóvil por el centro de la ciudad, engalanado con banderas del Vaticano.
Esta es una de las escasas oportunidades que tendrán los no católicos, es decir el 90% de los alrededor de 60 millones de británicos, de ver al Papa.
Por la tarde, siguiendo los pasos de su antecesor Juan Pablo II en su viaje pastoral de 1982, presidirá una misa al aire libre en el parque Bellahouston de Glasgow ante unos 60.000 peregrinos que pagaron una «contribución» inédita de 20 libras por adelantado para poder asistir.
Susan Boyle, la ex cantante parroquial escocesa que causó furor en internet tras su participación en un concurso televisivo, y un coro formado por 800 personas amenizarán la espera de los fieles en el escenario en el que se ha erigido una gran cruz.
Al final de la jornada, Benedicto XVI volará a Londres, donde proseguirá su viaje destinado también a mejorar las tensas relaciones que Roma mantiene con los anglicanos desde hace casi cinco siglos, y poner de relieve el papel que ambas iglesias pueden desempeñar en una sociedad cada vez más secularizada.
La visita coincide con una nueva controversia provocada por el cardenal alemán Walter Kasper, experto en las relaciones ecuménicas de la Iglesia, que comparó despectivamente al Reino Unido con «un país del Tercer Mundo» en el que se ha extendido «un neoateísmo agresivo».
El anglicanismo nació de una ruptura de la iglesia de Inglaterra con Roma en el siglo XVI, por razones que poco tienen que ver con la religión y mucho con una historia de amor teñida de sangre.
El rey Enrique VIII (1491-1547), católico ferviente y fiel sostén del papado, veía con malos ojos la Reforma protestante y criticaba abiertamente a Martin Lutero, lo cual le valió el título de «Defensor de la Fe».
Pero el papa Clemente VII le infligiría un desaire que el monarca consideraría irreparable y que abriría una herida no menos definitiva en el cristianismo.
Enrique VIII esperaba que Catalina de Aragón le diera un heredero varón, pero la salud de su esposa hacía cada vez más improbable que esa aspiración se realizara.
Y en esa época el rey se enamora de Ana Bolena, una elegante marquesa que ejercía una fuerte fascinación en la corte.
El 1527, le solicita a Clemente VII la anulación de su casamiento con Catalina, pero tres años después, tras tensos vaivenes, el Papa rechaza la demanda.
Ante el desplante de Roma, Enrique VIII decide fundar su propia doctrina religiosa: se proclama jefe de la Iglesia de Inglaterra y hace anular su casamiento por el arzobispo de Canterbury, a quien promueve al rango de primado de la nueva comunión. En 1533, se casa con Ana Bolena.
La ruptura con Roma se consuma en 1534, con la promulgación de la Ley de Supremacía, que confirma a Enrique VIII como «único jefe supremo» del anglicanismo.
Ironía del destino, la nueva reina da a luz a una niña y sufre varios abortos naturales.
El rey acaba por cansarse también de ella y en 1536 la hace condenar a muerte, aunque le concede ser degollada con una espada y no decapitada con un hacha, para atenuar su dolor.