El novelista turco Orhan Pamuk, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2006, ofreció recientemente una entrevista en Los Angeles.
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-Al integrarse como el escritor Pamuk a su nueva novela, «El museo de la inocencia», usted dice: «Esta no es sólo una historia de amantes, sino de toda el área de Estambul». ¿Qué lo llevó a elegir ese tema?
– El hábito de coleccionar, el apego por las cosas, es una característica humana esencial. Sin embargo, la civilización occidental puso el coleccionismo en un pedestal al inventar los museos. En los últimos cincuenta años, el mundo no occidental empezó a adoptar los museos porque quiere representar su poder. En su mayor parte, esos museos se relacionan con el poder del Estado. En mi novela, en la que Kemal reúne la tetera, colillas de cigarrillos, el picaporte de la puerta del dormitorio y otros elementos de Fusun, está creando un museo no del poder, sino de la experiencia íntima del amor, de una vida individual. Lo que sostengo es que, no importa qué es lo que constituya una vida, sus sueños y desilusiones, es digna de orgullo. Al construir mi propio museo en Estambul, estoy muy cerca de mi personaje, Kemal. No quiero exponer poder, sino expresar mi interioridad, mi espíritu.
– En un momento, Kemal dice que el amor es «profunda compasión», «atención devota», «respeto y reverencia» por la persona amada, por las historias integradas a las actividades, los lugares y los objetos cotidianos. Eso me resulta muy similar a la idea budista de «atención plena», pero a través del apego piadoso en lugar de mediante el desapego. ¿Hay aquí una correspondencia?
– Me identifico con la atención de Kemal como amante respecto de su amada porque es como la atención que un novelista presta a las palabras. En última instancia, ser novelista es, en cierto sentido, amar el mundo, acariciar el mundo con palabras. Es prestar atención a todos los detalles que uno ha vivido y experimentado. Este libro es el más personal, el más íntimo de los que escribí. Es todas las cosas que viví y vi en Estambul en toda mi vida. Es un panorama escrito con amoroso detalle. Escribir este libro me hizo sentir muy feliz. Me produjo tanta felicidad que diría que me salvó en épocas políticas muy conflictivas. Después de escribir todas las mañanas de siete a once, pude enfrentar las tensiones del resto del día durante esos largos meses. (Nota del editor: Pamuk fue procesado en 2005-2006 por «insultar a Turquía» al abordar el tema de la masacre de armenios en una entrevista que concedió a un diario suizo. Luego las acusaciones se retiraron). A los cincuenta y siete años soy menos experimental y más maduro. Lo que más quiero es transmitir la forma en que veo la vida. Por otra parte, escribir novelas durante treinta y cinco años me enseñó una gran humildad. Me enseñó a ser respetuoso del maravilloso detalle del mundo.
-¿Usted es un escritor occidental o no occidental?
– Hace 35 años que trato de evitar esa categorización. Dostoievsky era tanto un escritor occidental como no occidental. Dostoievsky creía, como yo, que la occidentalización, o ahora la globalización, era inevitable, pero eso no debe derivar en la represión del pasado, de la gente común y su cultura. El problema con la occidentalización desde arriba, como la vivimos tanto en Rusia como en Turquía, es que se convierte en un símbolo de distinción entre la gente: «el estilo francés» es elegante y glamoroso; «el estilo turco» es retrógrado y pedestre. A las clases altas les alegra tanto ser las primeras en tener la nueva afeitadora eléctrica porque eso significa que son occidentalizadas y mejores que todos los demás. En mi novela doy muchos ejemplos de eso.
-¿Usted es un escritor «bisagra»?
– Lo tomo como un elogio, pero no elegí ese papel, sino que fue algo que me sucedió.