Para los musulmanes del mundo entero, la fiesta musulmana del Aid al Adha es sinónimo de ágapes y alegría, pero para los habitantes de Gaza la celebración del sacrificio nunca fue tan siniestra.
Los funcionarios raramente cobran sus sueldos a raíz del boicot internacional contra el gobierno de Hamas, hay desempleo, enfrentamientos fratricidas entre combatientes de Hamas y Fatah y un sitio casi hermético impuesto por Israel a la franja de Gaza. Además hace frío y el cielo está plomizo: todo contribuye a la tristeza reinante.
Aunque cada jefe de familia debe en principio sacrificar un animal en recuerdo del gesto del patriarca Abraham, que según el Corán estaba a punto de sacrificar a su hijo Ismael cuando Dios le envió un cordero para inmolar en lugar del niño, los vendedores de ganado ponen mala cara en el gran mercado de Gaza.
«No vendí más que una cabra y una pequeña oveja desde esta mañana», se lamenta Ahmed Abu Warda, de 30 años. «El año pasado, a la misma hora, una treintena. Incluso bajando los precios, no hay compradores. La gente está pelada». Pide de 110 a 200 dólares por un cordero, y dice estar dispuesto a bajar incluso más el precio.
Nahed Chochaa, un policía barrigón y manos de carnicero, inspecciona los belfos de una oveja, pregunta su precio y se aleja.
«El año pasado, nos juntamos entre varios colegas para comprar una vaca. Este año busco mi corderito, porque nadie quiere juntarse conmigo para comprar nada. Para pagarlo, trabajé en la construcción y vendí las naranjas de la granja de mi padre. Tengo suerte», señala.
La tradición señala que para la fiesta del Aid hay que mimar a los niños, vestirlos con ropa nueva y ofrecerles juguetes y bombones.
A pesar de sus vociferaciones, Sameh Chuhaibar, de 26 años, no logra que los parroquianos se acerquen a su puesto, que brilla con dulces importados de Turquía.
«Soy soldado», dice mientras entrega su carné. «Pero sólo he recibido 200 dólares de sueldo en los últimos seis meses, entonces me revuelvo», dice.
«Es un Aid lúgubre. La gente está triste, no compra nada. Yo no tengo los medios de comprar un cordero… Vamos a intentar hacer algo con toda la familia».
Mohamed Rohme, de 55 años, asegura que el año pasado empleaba a 10 personas en su tenderete de pollos y conejos. «Este año a dos, y no a tiempo completo», gime en su puesto desierto por la clientela. Asegura haber bajado en vano sus precios a la mitad.
«Es el peor Aid de mi vida, el peor para los palestinos. Este boicot nos está ahorcando. Y además hay combates entre nosotros… ¡Cómo si la vida no fuera lo bastante dura en Gaza! Luchan por el poder, cuando habría que luchar por Jerusalén, por los prisioneros».
En las calles transformadas en cloacas por las lluvias, los transeúntes sombríos apuran el paso, pequeñas bolsas con legumbres en mano. En años anteriores, dos días antes del Aid sólo había bullicio.
Mona Abud Galion, de 50 años, carga un kilo de patatas. Con su rostro alargado y enmarcado en un velo blanco, sonríe con tristeza. «Sólo miro. Sobrevivimos con las distribuciones de la ONU y lo que pedimos fiado en el almacén. El sábado sin duda iremos al cementerio, a la tumba de los mártires».
Cerca de allí, sentado detrás de su puesto de vaqueros turcos y chinos a 4,5 euros, Diab Joha, de 65 años, ni siquiera se esfuerza por vender sus artículos.
«Este Aid no es un Aid. Aid quiere decir dar placer a los suyos, invitar a los amigos, gastar. No tengo con qué comprar un kilo de carne. Tengo 10 hijos. El sábado me quedo en casa, durmiendo».