Dos años después de la muerte de Yasser Arafat, los palestinos, enredados en querellas políticas internas e impotentes frente a la maquinaria de guerra israelí, añoran más que nunca a quien simbolizó su lucha por la independencia.
La muerte del histórico dirigente palestino, considerado la bestia negra de Israel y de Estados Unidos, el 11 de noviembre de 2004 en un hospital de París relanzó la esperanza de paz.
Pero el Estado que prometió sin cesar a los palestinos se encuentra aún en el limbo, y tanto Cisjordania como la franja de Gaza son presas de la violencia y la anarquía.
Alrededor de un centenar de palestinos murieron en una semana a raíz de ataques del ejército israelí, sobre todo en ofensivas y bombardeos de artillería en la franja de Gaza.
Considerado como un moderado, el sucesor de Arafat al frente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abas, quien multiplicó en vano las peticiones para reanudar las negociaciones con Israel, se ha visto debilitado tras la llegada de los islamistas de Hamas al gobierno en marzo.
A raíz de la entrada de Hamas al gobierno, Occidente lo ha boicoteado y privado de ayuda internacional. El fin de los subsidios y el estancamiento de las discusiones para lograr un gobierno palestino de unidad han sumido a los territorios palestinos en una crisis político-financiera sin precedentes.
«Si Arafat viviera, la crisis que estamos atravesando no tendría lugar», afirma el ex diputado Abdeljawad Saleh, que fue sin embargo uno de los críticos más duros del dirigente.
«En el fondo era un estratega capaz de enfrentarse a las crisis y de aportar soluciones», añade.
El propio Saleh recordó que fue uno de los más asiduos detractores de Arafat «porque había monopolizado la toma de decisiones y había establecido un sistema político a su medida con el objetivo de ejercer el poder como le parecía».
«Arafat desapareció, el sistema político permanece, pero nadie es capaz de cumplir el papel que él se había atribuido», añade Saleh.
«Era un hombre clave para arreglar los problemas de los palestinos. Pragmático, dotado de sentido político y estratégico, era capaz de salir de las peores crisis y de mantener a flote la causa palestina», reconoce Mohamed Hurani, miembro de la guardia joven del Fatah, y uno de los que excusan los métodos autocráticos de Arafat.
«Criticábamos a Arafat porque queríamos que se apoyase en una institución fuerte, pero nos hemos dado cuenta de que la institución ha desaparecido con él», añade este ex diputado, evocando al fundador y líder del Fatah durante cuatro decenios.
En relación a las tensiones entre Fatah y Hamas, que han degenerado en los últimos meses en enfrentamientos armados a menudo mortíferos, recuerda que Arafat había sabido castigar duramente al movimiento islamista cuando éste cometía atentados en Israel, que comprometían un proceso de paz hoy en día agonizante.
Arafat colocó al guía espiritual de Hamas, Ahmad Yassin, en una residencia vigilada, y detuvo a su número dos, Abdelaziz Rantissi.
El ex ministro de Finanzas Salam Fayyad remarcó por su parte que los funcionarios del gobierno palestino, la mayoría en huelga desde septiembre para exigir el pago de sus salarios, recibían sus pagas sin interrupción cuando Arafat estuvo en el poder, incluso cuando éste permanecía sitiado por el ejército israelí en su cuartel general de Ramala y Washington lo marginaba.