Padres ausentes


Hablar del padre es referirse a una figura trascendental en la conformación de la vida sana de los hijos.  Se trata, como dicen los textos, de un tú fundamental sin el que es casi inconcebible la vida feliz.  Sin embargo, no siempre ha sido así­, a veces son ellos los grandes valladares a superar (cuando están) o los í­conos ausentes al desaparecer por arte de magia.

Eduardo Blandón

Aunque, digámoslo con honestidad, la ausencia de los padres en el pasado no era tampoco cosa rara.  Los trabajos de Bradshaw Jonathan, Carol Stimson, Christine Skinner y Julie Williams (en su obra Absent Fathers?), indican que los padres en el pasado estuvieron más o menos ausentes de sus hijos por diferentes razones: como resultado del servicio activo en las fuerzas armadas, por haber dejado la casa para encontrar trabajo, por sometimiento a trabajos que obligaban ausentarse, por la prisión o incluso la hospitalización.  Sin embargo, dicen, nunca como hoy es tan acentuada la desaparición fí­sica de los progenitores.

 

A los padres se los ha tragado la tierra.  No están.  Se fueron antes de tiempo (sin haber siquiera a veces conocido a sus propios vástagos), por razones de separación de las parejas unidas con hijos o a causa del divorcio de las parejas casadas.  Haskey (1998) estima que el número de progenitores solos ha aumentado de 0.57 millones en 1971 a 1.6 millones en 1996.  Las investigaciones indican que el número de padres ausentes ha crecido rápidamente en los 80″s y especialmente en los 90″s.

 

Por supuesto que es una pena celebrar el Dí­a del Padre con semejante ausente.  No se deberí­a hacer fiesta.  Deberí­amos borrar de la memoria cualquier evento que pretenda celebrar a quienes privan a sus hijos de la posibilidad de la vida dichosa.  Porque, ¿Quién duda del valor del padre en casa?  Erich Fromm, en El arte de amar, escribe que si bien es cierto la relación del hijo con el padre es enteramente distinta al de la madre, «el padre significa el otro polo de la existencia humana; el mundo del pensamiento, de las cosas hechas por el hombre, de la ley y el orden, de la disciplina, los viajes y la aventura.  El padre es el que enseña al niño, el que le muestra el camino hacia el mundo».

 

El padre es el héroe llamado a ser imitado.  Los psicólogos lo saben bien.  Vicky Phares en su libro POPPA Psychology: the rol of fathers in children»s mental well-being afirma que los padres moldean el carácter de sus hijos a través del ejemplo.  «El viejo ideal del «haz lo que digo, no lo que hago» ha demostrado ser poco efectivo.  Los niños de todas las edades observan cómo se comportan sus padres y modelan sus compartimientos con el de ellos».

 

Como se ve, ya se podrí­a hacer toda una apologí­a a la presencia del padre en casa y recobrar así­ el sentido de la fiesta.  Pero estamos lejos de eso.  Aún falta que la presencia progenitora sea de calidad para que los hijos crezcan y se desarrollen en armoní­a y felicidad.  De no hacerlo, corremos el riesgo del reproche futuro, semejante al realizado por Kafka en una carta a su padre. 

 

«Yo hubiese sido feliz teniéndote como amigo, como jefe, tí­o o abuelo, y hasta (aunque ya en esto vacilo) como suegro. Pero precisamente como padre has sido demasiado fuerte para mí­, tanto más sabiendo que mis hermanos murieron siendo niños aún y las hermanas llegaron sólo mucho más tarde, de manera que yo tuve que soportar completamente sólo el primer choque, y para eso era débil, demasiado débil (….)  Recuerdo, por ejemplo, cuando nos desvestí­amos juntos en una casilla.  Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me sentí­a miserable, y no sólo frente a ti, sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí­ la medida de todas las cosas».