Paco Ibáñez encandila a Parí­s


Cantando poemas en español, gallego, italiano, vasco y provenzal, Paco Ibáñez, uno de los más grandes cantautores de las últimas décadas, puso de pie al público el jueves de noche en el Teatro de Chí¢telet de Parí­s, ciudad donde se presentó por primera vez hace 40 años.


Ibañez (Valencia, 1934), quien ha puesto música a unos 150 poemas, cantó versos que representan una breve antologí­a de la poesí­a española y latinoamericana: desde los españoles Jorge Manrique, Francisco Quevedo y Federico Garcí­a Lorca hasta el chileno Pablo Neruda y la uruguaya Alfonsina Storni.

Vestido como siempre con gran sencillez – pantalón y camisa negra-, Ibáñez ofreció una cálida y aplaudida velada que se prolongó hasta la medianoche. La inauguró dedicándola al trovador francés George Brassens, al pintor venezolano Jesús Soto, su «padre espiritual», y al cantautor argentino Atahualpa Yupanqui.

En una entrevista que estuvo salpicada de poemas musicalizados -entre ellos «Juventud divino tesoro» del nicaragí¼ense Rubén Darí­o- y de canciones del mexicano Jorge Negrete, Ibáñez contó a la AFP cómo habí­a llegado a la canción a través de la poesí­a. O quizá fue a la inversa.

«Descubrí­, a través del más grande trovador de todos los siglos y de todos los lugares, George Brassens, que se podí­a, a través de la canción, transmitir mensajes profundos, filosóficos, de sentimiento, de ironí­a, de polí­tica», dijo.

«Eso me llevó a musicalizar un poema de Luis de Góngora, que se llama «Dejadme llorar a orillas del mar», recordó. «Allí­ empecé a descubrir la poesí­a y el potencial que tiene una canción».

«Sentí­ profundamente que valí­a la pena vivir por una canción», dijo Ibáñez durante la sobremesa, tras un almuerzo en un legendario café de Montparnasse, La Liberté, que el artista español frecuenta desde hace décadas y donde solí­a reunirse con amigos como el pensador francés Jean Paul Sartre.

«Siempre canto poesí­a, aunque no todo tiene que ser oro fino. Me gustan también las canciones populares, como «tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera»», señaló.

«La poesí­a es el espejo del alma de cada uno de nosotros. Lo que pasa es que son los poetas los que pagan a veces, con su vida y con su sangre, su búsqueda de esas palabras que a uno lo llenan por dentro, que lo hacen vibrar y sentir que está vivo. Y eso es la poesí­a», resumió.

«La poesí­a sigue siendo un «arma cargada de futuro», como dijo el poeta vasco Gabriel Celaya», insistió Ibáñez, que demostró en el concierto la misma indignación contra lo que considera injusticias que han marcado toda su trayectoria.

«Yo a lo que aspiro es que cada canción que hago, el tiempo no le puede hincar el diente. Cuando cantas un poema, le das nueva vida, porque en un libro está medio adormilado», señaló Ibáñez antes del concierto, en el que demostró que se sigue sabiendo ganar al público, de principio a fin.

En algunos temas estuvo acompañado por otros artistas, entre ellos su hija Alicia, que tiene una hermosa voz, el bandoneonista argentino César Strosccio, el guitarrista Joxan Goikoetxea y el acordeonista Mario Mas, además del músico gitano Chí­charo.

Ibáñez terminó, a pedido del público, con «A Galopar», de Rafael Alberti, una canción sí­mbolo de los años de lucha contra la dictadura española y un tema que hizo vibrar también a generaciones de latinoamericanos en su lucha contra las dictaduras en la región.

«A galopar, hasta enterrarlos en el mar», cantó con él el público, de todas las edades.

Interrogado por la AFP sobre a quién enterrarí­a en el mar, ahora, 40 años después de que cantara esa canción en la sala Olympia, Ibáñez enumeró su lista de enemigos, que parecen ser los de siempre.

«Volverí­a a enterrar en el mar a los enemigos de la libertad, a los enemigos de la conciencia, a los enemigos del conocimiento, del alma, de la creatividad, de los artistas, de la poesí­a. A todos los que intentan convertir el mundo en una cuadra», resumió.

Ibáñez recordó en la velada a Mercedes Sosa, cantando su «Vasija de barro» y reiterando su gran admiración por La Negra, así­ como su amor por el continente. «Acabo de regresar de Colombia y estoy ya deseando regresar a América Latina», dijo. «Invitadme, que yo voy», concluyó.