Pacifismo alemán, cuestionado por la guerra de Afganistán


El gobierno alemán trata de convencer a la opinión pública de que su ejército puede pelear y morir en conflictos como el de Afganistán, 65 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, que arraigó fuertemente al paí­s en una mentalidad pacifista.


«La muerte y las heridas van de par con nuestros compromisos militares y así­ será en los próximos años, y no solamente en Afganistán», declaró el sábado el ministro de Defensa, Karl Theodor zu Guttenberg.

Con estas palabras en una ceremonia en la catedral de Ingolstadt (Baviera) en memoria de los cuatro soldados alemanes caí­dos en Afganistán, el ministro fue más lejos que ningún otro miembro del gobierno.

No sólo se trata de persuadir a Alemania de que la presencia de sus tropas en Afganistán es necesaria para defender su seguridad, sino también advertirle que sus soldados deberán sacrificarse en otras misiones en el extranjero.

Desde la reunificación del paí­s, en 1990, el ejército alemán comenzó a participar en distintas misiones de paz, de Kosovo al Lí­bano, pero Afganistán es su primer teatro de combate. Y Alemania, devastada por la derrota del Reich hitleriano, conserva una aversión profunda por la guerra.

El ejército federal, el Bundeswehr, sólo fue creado en 1955 a petición de los Aliados, que lo juzgaban necesario en tiempos de la Guerra Frí­a, y ello pese a un movimiento popular -«Ohne mich» (sin mí­)- que juzgaba inmoral el rearme.

Desde entonces, los alemanes han estado en la punta de los movimientos pacifistas de Europa, con grandes manifestaciones contra la guerra de Vietnam o la intervención estadounidense en Irak.

En la actualidad, un 70% de los alemanes desea que sus tropas se retiren de Afganistán, según un sondeo del instituto Infratest dimap.

El compromiso en Afganistán, donde la Bundeswehr sirve desde 2002 en el marco de la alianza liderada por Estados Unidos para derrocar al régimen talibán, fue calificado durante mucho tiempo de «misión de estabilización».

Ese eufemismo permití­a mantener la idea de que los militares estaban allí­ para reconstruir escuelas o cavar pozos, pero no para combatir.

Zu Guttenberg, de 38 años, ministro de Defensa desde octubre, fue el primero en atreverse a utilizar la palabra tabú de «guerra» en Afganistán. En abril, al pronunciar la oración fúnebre de tres soldados muertos en los combates con los talibanes, los calificó de «héroes».

La jefa de gobierno, Angela Merkel, destacó a su vez esta semana, en una intervención ante el Parlamento, «la valentí­a» de los soldados en Afganistán, que viven «con el miedo a que los maten o a ser heridos, para que Alemania no tema atentados terroristas en su territorio».

Merkel justificó el compromiso en las montañas de Afganistán, que ha costado ya la vida a 43 soldados alemanes, por el temor a que grupos extremistas consigan armas nucleares, en caso de victoria de los talibanes.

Durante mucho tiempo, el gobierno fue acusado de no haber explicado suficientemente a la población la necesidad de esta guerra. Ahora, el lenguaje directo del ministro de Defensa y el discurso de Merkel han sido considerados como valientes por los editorialistas.

Pero aun cuando hayan cambiado los términos del debate, nada permite pensar que lograrán influir en la opinión pública.

«Tengo tres hijos y no entregaré a ninguno a la guerra», podí­a leerse en una pancarta enarbolada el sábado por una mujer frente a la catedral de Ingolstadt.