Otros rasgos de nuestra idiosincrasia, en la radio


Milton Alfredo Torres Valenzuela

Siempre he sido gran aficionado a escuchar la radio, especialmente en onda corta. Me parece que es uno de los inventos más significativos del último siglo pues, junto con el telégrafo, el aeroplano, el teléfono, el cine y la televisión, sentó las bases de la gran revolución que en el terreno de las comunicaciones, hoy experimentamos en toda su plenitud. La radio cumple con muchas funciones que las sociedades modernas demandan: información, orientación de la opinión, recreación, etc. Todos los paí­ses (o casi todos) poseen radios nacionales que son instituciones que tratan de llenar todos los requerimientos de comunicación que sus respectivas sociedades demandan. En nuestro paí­s, lamentablemente, la Radio Nacional TGW está casi muerta. Su programación y su cobertura no llenan las expectativas de este pueblo que, en buena medida, no sabe que aún existe. Radio Universidad, no pasa de sus programas ideologizados que, en su afán de popularidad, no trata los temas académicos ni polí­ticos con la profundidad que requieren. Radio Faro, no levanta cabeza hacia una programación que canalice la capacidad crí­tica referente a la música sinfónica o académica; además, su cobertura es totalmente limitada. De las otras radios (comerciales todas) sólo se salva, con una victoria pí­rrica, Radio Infinita que, si tan sólo superara sus programas de corte polí­tico, totalmente ideologizados y parciales, podrí­a dar el salto hacia una radio verdaderamente de vanguardia.

Pero el fenómeno que me interesa destacar es el relacionado con algunas radiodifusoras que se han especializado en programar música de hace dos y tres décadas atrás (años setentas y ochentas) que no son pocas, pues me parece muy interesante el hecho de que haya un buen número de personas, que deben andar por los treinta y cuarenta años, que optan por escuchar música vieja con la nostalgia de su pasada adolescencia y juventud y prefieran escuchar temas totalmente gastados como la monótona y tediosa, Hotel California en su versión larga y otros temas parecidos que, a estas alturas, ya no transmiten ninguna emoción y que la música contemporánea ha superado con creces. No cabe duda de que es un sí­ntoma de la imposibilidad de superar la juventud casi perdida y de dar los saltos que el presente y el futuro requieren para marchar al ritmo de los tiempos. Quienes piensan que todo tiempo pasado fue mejor, vale recordarles que esa idea es signo inequí­voco de que la vejez, es decir la caducidad, ha penetrado en el alma y que la voluntad de enfrentar el futuro, o ha disminuido o ha fenecido anclado en el pasado.

¿Y qué podrí­amos decir de quienes todaví­a se emocionan al asistir a conciertos de grupos setenteros que, hoy por hoy, son fósiles cuyos estados financieros negativos los hacen recorrer paí­ses tercermundistas que en sus momentos de gloria jamás pensaron visitar?

Algo pasa en esa tendencia hacia el pasado, en ese tono de nostalgia en el que tanta gente se refugia.