Cuando hay un tema especial a muchos nos da por opinar alrededor de él, tal y como sucede con el affaire de la Orden del Quetzal. Es cierto como dice Luis Morales Chúa (Prensa Libre, 1-3-2009), que dicha Orden «tiene una historia negra», al haber sido creado por el dictador de los 14 años (aquí en Guatemala), general Jorge Ubico Castañeda, quien (agrego) se la otorgó a su homólogos (citados por Morales Chúa), igualmente de trayectoria dictatorial en sus respectivos países. La gota que rebasó el vaso y que ha dado lugar a tantas denostaciones alrededor de esta presea, fue el otorgamiento por nuestro Presidente, que de dictador no tiene ni sombra, al dictador de Cuba, señor Fidel Castro, a quien no fue posible imponérsela personalmente, pues no lo quiso recibir al llegar Colom a la isla, desaire que nos alcanza a todos los guatemaltecos.
Pero a la vez se me ocurre pensar que hubo una falla diplomática de aquí, pues supongo que debió haber habido cruce de notas diplomáticas previas para ponerse de acuerdo en fecha, preparación del acto, publicaciones y hacerlo en una situación especial. Tal vez se pensó que al imponerle la Orden a Castro se estaba homenajeando a toda Cuba. Como digo, se me ocurre, y no llegar de romplón, aquí estoy porque aquí vengo sabiendo de qué pie cojea el fallido homenajeado. Pienso, se diferencia este caso de los otros al haber recibido, Castro, sin ningún protocolo anticipado a otros mandatarios que lo han visitado.
En lo que no estoy de acuerdo, es en todo lo que han dicho incluso recipiendarios que han sido distinguidos con la Orden, pues ésta es ajena a su nacimiento, se han dado circunstancias especiales cuando se ha condecorado a tantas personalidades, tanto guatemaltecas como extrajeras, tal el caso de ilustres embajadores de países amigos, ¿en qué situación quedan ellos si se suprime la presea sin más ni más? Alguien, poseído de un enojo justificable a primera vista dijo que la iba a colocar alrededor de la tapa de su sanitario, y algunos otros que la descolgarían del sitio de honor en donde la habían colocado, supongo que en la sala de su casa. Esos desplantes se me ocurren como berrinches de niño malcriado, porque, reitero, la Presea no tiene la culpa del torcido destino que se le ha dado, y quienes así piensan se están denigrando a sí mismos porque les fue otorgada como gran distinción y valoración de sus altos méritos.
Yo he asistido a varias de estas imposiciones en el Palacio Nacional, cuando así era, y en verdad que es un acto emocionante. Recuerdo cuando le fue otorgada a don Tasso que en un discurso de agradecimiento dijo que ya tenía un tocayo, pues al ir a visitar a una señora, su amiga, le abrió la puerta seguida de un gran perro que empezó a ladrar, y ella le dijo: «Tasso, vaya para adentro». Ya en tiempos del entonces Presidente, general Ydígoras Fuentes, se dio sin ton ni son para cumplir con el Reglamento, porque estaba acumulada, más de alguno también en protesta por no estar de acuerdo con el otorgamiento a uno de los galardonados dispuso que iba a devolverla, no sé si lo cumplió.
Estoy pues, que en lugar de vilipendiarla se le rescate, por su valor intrínseco, y en honor de quienes la han recibido, porque ese vilipendio les alcanza a ellos, y no es justo.