Otra leyenda de Guatemala


Vista de un monolito de Quiriguá. Leiva compara a Asturias y Cardoza como parte de un friso nacional, el cual, lo más cercano a nosotros, serí­a un


«A la memoria de Miguel íngel Asturias ofrecí­ un ramo de plumas de quetzal» es la lí­nea final de este poema en prosa, de este capí­tulo postrero de El Rí­o, novela de caballerí­a, o su más reciente Dibujo de ciego. Y la memoria de Asturias somos sus lectores como, algún dí­a, seremos la memoria del mismo Cardoza y Aragón. Aceptamos la ofrenda desde el epí­grafe de T.S. Eliot.

A partir de su imaginación, Cardoza procede a sustantivar la palabra «imaginario», cuyo uso común es un adjetivo que designa lo que no tiene realidad: una vida imaginaria. Pero en género masculino, Cardoza otorga a «imaginario» una entidad equivalente a un sistema no sistemático ni metódico de posibilidades creativas capaces de entrar en simbiosis simpática con la realidad.

La realidad, los hechos, las anécdotas referidas a Asturias tienen una importancia secundaria en este último libro de Cardoza ?y en otras obras suyas. Prefiere la leyenda no oficial, el mito popular; divaga, conjetura, hurga el sueño y araña en la pátina de la memoria ?y la memoria de Cardoza es un palimpsesto lí­quido. Dialéctico impenitente, Cardoza va, viene, enmienda, salta a veces por sobre su sombra; pregunta, se interroga constantemente, sin tregua; reitera dudas; apenas concede respiro a su imaginario sustantivo.

Cardoza logra perderse en la busca de «esa quimera: lo objetivo». ¿Por qué una «novela de misterio sin solución» como esta habrí­a sido objetiva? ¿Acaso son objetivos los sueños, las divagaciones, las sospechas? ¿Qué sueña este proscrito sonámbulo cuando vagabundea por la subjetividad de Asturias?

Sueña Cardoza ?y los sueños sueles ser deformaciones exactas de la memoria? esculpir un friso asturiano, el suyo, que va de lo precolombino al siglo XXI, del Popol Vuh a Hombres de maí­z, del indio mitológico al indí­gena que intenta ser sujeto de la historia, de la patria del criollo al mestizo en su laberinto…

Pero el friso cardociano puede ser de agua corriente. Agua fluvial de la tradición heraclitana. Asturias fluye y permanece; Cardoza permanece y fluye a la vez. Son dos hemorragias guatemaltecas que labran nuestra bellí­sima anemia.

Inventa respuestas Cardoza a la condición del hombre Asturias. Inventa respuestas ?como dar a luz diosas armadas? al enigma de esta esfinge mestiza que todo guatemalteco guarda en el armario o en el dudoso perfil de una sombra siempre oculta. La esfinge asturiana inventa enigmas que Cardoza descifra ?apetecido castigo? en sus propias huellas digitales.

Contradicciones y ambigí¼edades allí­, equí­vocos y maltentendidos aquí­. El autor le da la mano al lector desde el borde del precipicio… y lo suelta, para que aprenda a batir alas mientras le brotan y se orienta en su sobrevuelo del vértigo. El vértigo no está en el abismo, ya no, sino en la desnudez de nuestra raí­z. La lectura del vértigo nos obliga a elevarnos y a posarnos en una brizna de la luz mecida por la palabra.

Ante la insidiosa duda de si se reconocerí­a Asturias en este friso, retablo o mural de altos y bajorrelieves, de claroscuros y cincelada orfebrerí­a, de vitrales y cariátides ?erigido con amor fraterno, con acrisolado compañerismo? en la búsqueda de una invención, otra, el lector puede optar por cerrar el libro y volver siempre mañana. De cualquier manera ya no será el mismo.

Nadie podrí­a escribir a Asturias, ya no, más breve y exacto epitafio. Son recuerdos del futuro, eslabones de la mazorca, pasos para un túnel en cuyo final nos encontramos todos, esperándonos.

* Poeta, columnista y colaborador de La Hora.