Óscar Ríos, la obra pública de un escultor intimista


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Los festivales, simposios y congresos que convocan a los escultores de diferentes nacionalidades para realizar obras monumentales al aire libre han resultado ser un recurso eficaz para atraer al público a los secretos de un arte más bien austero y de un oficio más bien arduo y laborioso.

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POR JUAN B. JUÁREZ

A partir de esos encuentros que ahora se suceden con insospechada frecuencia en diversos países del mundo, la escultura se ha revitalizado no sólo en temas y estilos sino sobre todo por las intenciones comunicativas de los artistas que buscan las destrezas técnicas para crear la obra que establezca un vínculo inmediato pero duradero con el nuevo público que quizás ha sido ya demasiado expuesto a ideas y experiencias novedosas por los medios de comunicación y la agresiva creatividad de la publicidad y los mercados.

No es una tarea fácil, pues como quiera que sea el público que asiste a esos eventos a observar cómo trabajan los escultores se siente atraído por la creatividad puesta de manifiesto en las posibilidades formales que encuentran los artistas en los materiales, así como por las habilidades técnicas y manuales con las que, allí frente a los espectadores escépticos e impacientes, concretan “su idea” y  avanzan en los minuciosos detalles del proceso formativo.  Se trata, claro está, de un público urbano formado en la sociedad industrial que hasta ahora, con un hastío muy posmoderno ante la uniformidad y la rutina de los procesos de la producción masiva, empieza a redescubrir el encanto de lo artesanal y de la obra única.  Es un público que, como sostiene Vargas Llosa, gusta del espectáculo y que disfruta del arte y la cultura como entretenimiento.

Óscar Ríos (Guatemala, 1978), como premio por haber ganado el X Festival Arte en Concreto realizado en Guatemala en 2011, fue invitado a realizar una escultura al aire libre en la ciudad de Seadrift, Texas, USA., dentro del marco de la exposición titulada Texas Star, que reunió a escultores, pintores y fotógrafos de México, Estados Unidos, Alemania y Japón en el Art Center Seadrift durante el mes de marzo del presente año.  La exposición fue exitosa y la participación de nuestro compatriota fue todo un evento cubierto por la prensa local, con mucho público que fue a verlo trabajar y a testimoniar la paulatina transformación del cemento y el hierro en una enorme escultura blanca de 2 metros de altura titulada “Anclado”, que ahora se recorta contra el horizonte azul de la costa de Seadrift en Texas, con algo de vela en sus formas amplias que, sin embargo, parecen envolver a un personaje firmemente establecido en la tierra, anclado, como reza su nombre, quizás por nostalgias más bien terrestres.

Para el artista el éxito radica en otro lado.  El haber realizado una obra de esas dimensiones le ha dado ciertamente mucha confianza para encarar proyectos escultóricos más ambiciosos.  Dejar algo de él y de Guatemala en otro país, confiesa, es algo que también lo llena.  Sin embargo, dice, la experiencia más satisfactoria es haber visto mucha escultura y descubrir las infinitas posibilidades materiales, técnicas, formales y expresivas que se le abren como artista creativo de cara a un público que necesita reconocerse en obras que le hablen hoy con el lenguaje de hoy.

En esta manera de discernir lo significativo de trabajar al aire libre y asimilar reflexivamente la experiencia intensa y angustiante de conectarse con un público que está pendiente de todos sus movimientos en el proceso de dar forma concreta a unos materiales informes reconozco al artista Óscar Ríos.  Acostumbrado al ambiente cálido y apartado de su taller de cerámica, modelando formas que provienen de una noble tradición enraizada en su familia, la experiencia de hacer obra pública en un lugar extraño, “intuyendo” la forma plástica de un vínculo humano que se establezca  por encima de los localismos propios del artista y de los espectadores, Óscar enfrentó en Texas un desafío que es decisivo para su obra y para su personalidad de artista.

Yo conozco la obra de Óscar Ríos, o mejor dicho conozco a Óscar por sus obras. Estoy muy familiarizado con sus  personajes de barro elemental,  modelados al ritmo de círculos lentos y solemnes, extraídos del entorno popular, captados en la plenitud de su sencillez espiritual, estilizados de tal manera que parecen volver sobre sí mismos, asentados con firmeza sobre la tierra que los sostiene, con una presencia que es leve y rotunda al mismo tiempo, como los pensamientos transparentes  de un hombre sabio, que me cuesta imaginarlos en algún lugar que no sea íntimo.