Este diecinueve de septiembre, Oscar Enrique Polonsky Célcer, cerró su ciclo vital después de una larga enfermedad que le permitió mantener lúcida su mente. Oriundo del barrio de San Pedrito en la Ciudad Capital, inició sus estudios de magisterio en la Escuela Normal y por diversas circunstancias de la vida, se frustraron sus deseos de hacerse maestro. Sin embargo –para llenar ese vacío- se hizo lector de la Biblioteca Nacional.
Para la revolución de octubre, con apenas catorce o quince años de edad, se ofreció voluntario para manejar una moto y llevar a un oficial del ejército a inspeccionar los puntos desde donde soldados y oficiales de la Guardia de Honor –apoyado por los civiles- concentraba su fuerza para derrocar a la tiranía Ubico-Poncista. No le amedentró el peligro que corría al desplazarse en el cruce de balas por las calles de la ciudad.
En agosto de 1955, ingresó a laborar en la Biblioteca Nacional. Se distinguió desde un principio en ser un empleado ejemplar. Educado, respetuoso, puntual en la hora de ingreso y responsable en las actividades que se le encomendaron. Quiero resaltar un detalle que muchos desconocen y otros tergiversan para mal. Tuvo –entre otras tareas -recopilar cada día los periódicos nacionales y mantenerlos en buen estado, envueltos en paquetes mientras se encuadernaban y empastaban. La Biblioteca Nacional fue castigada con un presupuesto de doscientos quetzales para gastos y material de oficina. De esa forma, la Sección de Hemeroteca, siempre estuvo actualizada, sin faltar un solo periódico y un solo ejemplar. El celo que Enrique Polonsky puso en esa labor es encomiable, porque a pesar de la limitación de recursos económicos, la Sección de Hemeroteca, en nada se vio afectada.
No puede pasar inadvertida esta otra labor importantísima. Cuando la Biblioteca Nacional se trasladó del Salón Mayor de la Universidad de San Carlos, situado en la 10ª. Calle zona 1 a su nuevo edificio en la 5ª avenida también de la zona 1, para evitar cualquier desorden en la bibliografía –de una sala rectangular a un edificio de nueve niveles- y que cada sección llegara ordenada a su nuevo sitio, fue mi único ayudante en tan delicada labor. Se hizo así para evitar que tantas manos confundieran la bibliografía. Entre los dos colocamos toda la bibliografía en su respectivo sitio y la ordenamos –en los nueve niveles- tal como estaba en su antiguo edificio a modo de que de una vez quedara lista para el servicio.
Equipo de oficinas, de salas de lectura, ficheros y fondos bibliográficos, se ordenaron en su nuevo sitio, en corto tiempo, sin que nada se extraviara.
Fue una labor de alta responsabilidad y que con su valiosa ayuda, puede calificarse de éxito. Referirla se aleja de la vanidad, pero resalta el amor a la Institución y a una cuidadosa planificación.
Su amor a Guatemala y a la niñez, lo llevó a escribir “Estructura y significado del Himno Nacional de Guatemala”. Interpretación literaria para el nivel de la Escuela Primaria. Y amante también de la naturaleza, tuvo la paciencia de recopilar prosa y poesía -que estaba dispersa- dedicada al árbol, y que publicó con el título de “Monografía antológica del árbol”, con un preámbulo elogioso del botánico don Mariano Pacheco Herrarte.
Fue poeta del silencio, porque su producción poética es casi desconocida, salvo unos poemas publicados en la prensa y cuando ganó varios concursos literarios en las fiestas patronales de distintas ciudades. No encontró el apoyo necesario para publicarla, por lo que deja varios poemarios inéditos, que valdría la pena rescatarlos. Su nombre forma parte de varias publicaciones de literatos guatemaltecos.
La Lic. Elsa Damaris Menéndez Bolaños, le dedicó a él y a su esposa, su tesis académica: Algunos elementos iconográficos prehispanos en bienes culturales coloniales de Guatemala.
Oscar Enrique Polonsky Célcer, fue una persona limpia, noble, honesta, leal, generosa y servicial. Se distinguió siempre por ser un amigo. Amigo de verdad. De los que llegan cuando todos se han ido. El y su esposa lo demostraron a raudales en el preciso momento cuando, con mi familia, requerimos de un ángel que nos protegiera de la adversidad que nos hirió y nos sentimos solos. Sus cuidados, cariño y apoyo se convirtieron en una gratitud eterna. Fue también, un empleado diligente, puntual y laborioso. Amó su trabajo y lo desempeñó con esmero. Los largos años de servicio en la Biblioteca Nacional, son un referente de su labor en el mundo cultural.
Formó su hogar amorosamente con Martita Alvarado. Fueron padres de José Antonio y María Mercedes, quienes en sus respectivos hogares, siguen los ejemplos, los consejos, los principios y valores que sus padres les inculcaron y a quienes junto a su familia, deseamos que la resignación cristiana, alivie sus espíritus en tan difícil momento. Nosotros, dolidos por su partida, les presentamos nuestra sentida condolencia.